CUANDO SE ENFRENTE A LA MALDAD-1
Extracto del libro
“Todavía Remueve Piedras”
Por Max Lucado
Publicado por:
Edgardo Tosoni
Devocionaldiario.org
El Loco Convertido
en Misionero
Aquí tengo una pregunta para los coleccionistas de
trivialidades. ¿Quién fue el primer misionero enviado por Jesús?
Alguno bien instruido, ¿verdad? O que tenía una íntima
relación con Cristo. Un seguidor devoto. Un discípulo cercano. Uno con profundo
conocimiento de las Escrituras y del sacrificio, ¿no le parece?
Permítame que le dé una pista. Para hallarlo no busque
en la Gran Comisión. No busque entre los nombres de los apóstoles. Este orador
de vanguardia no figuraba en esa lista.
¿Qué tal los setenta discípulos enviados por Cristo? Lo
siento, se ha equivocado otra vez. ¿Las epístolas? No. Mucho antes de que Pablo
tomara una pluma, este predicador ya estaba dedicado a la obra.
¿Dónde fue Jesús para encontrar su primer misionero?
(No lo va a creer.) A un cementerio.
¿Quién fue el primer embajador enviado? (Tampoco podrá
creer esto.) Un lunático. El hombre enviado por Jesús era un loco convertido en
misionero. Su historia se encuentra en Marcos 5.2–5.
Él es el hombre que su madre le dijo que evitara. Es el
tipo que la policía frecuentemente encierra. Es el loco que recorre los barrios
y asesina familias. Este es el rostro que llena la pantalla durante el
noticiero de la noche. Y este fue el primer misionero de la iglesia.
Palestina no sabía qué hacer con él. Lo ataban pero
rompía las cadenas. Se arrancaba las ropas. Vivía en las cuevas. Se cortaba con
rocas. Era un coyote rabioso que andaba suelto, una amenaza para la sociedad. A
nadie le servía para nada. Nadie tenía lugar para él. Excepto Jesús.
Aun hoy lo mejor que podría ofrecer la medicina moderna
para tal tipo de hombre sería medicamentos y un tratamiento prolongado. Es
posible que después de mucho tiempo, gastos y ayuda profesional, se pudiera
lograr controlar un comportamiento tan destructivo. Pero eso requeriría años.
Con Jesús bastan unos segundos. El encuentro es
explosivo. La barca de los discípulos atraca a poca distancia de un cementerio
y de un hato de cerdos. Ambos son considerados impuros por los judíos. Al bajar
Jesús, un loco sale de una caverna hecho una tromba.
El cabello desordenado. Las muñecas ensangrentadas.
Presentando escoriaciones en la piel. Una verdadera furia hecha carne. La
locura desnuda. Unos brazos que se agitan y una voz que grita. Los apóstoles
quedan boquiabiertos y vuelven a poner un pie en la barca.
Están horrorizados. Pero Jesús no. Lea los siguientes
versículos con cuidado, pues nos conceden un raro privilegio: Echarle una
mirada a la guerra invisible. Por unos pocos minutos el conflicto invisible se
vuelve visible y se nos ofrece una posición desde donde puede ser observado el
campo de batalla.
Primeramente habla Jesús: «Sal de este hombre, espíritu
inmundo» (v. 8).
El espíritu se pone nervioso: « ¿Qué tienes conmigo,
Jesús, Hijo del Dios Altísimo?» (v. 7).
Jesús quiere recuperar al hombre. Los demonios no
ofrecen resistencia. No profieren amenazas. Han escuchado esta voz con
anterioridad. Cuando Dios ordena, los demonios sólo tienen una respuesta.
Suplican. «Le rogaban mucho que no los enviase fuera de aquella región» (v.
10).
La misma presencia de Jesús humilla a los demonios. A
pesar de que habían dominado a este hombre, se doblegan ante Dios. A pesar de
haber llenado la región de temor, piden clemencia de parte de Jesús. Sus
palabras los convierten en llorones y debiluchos arrastrados.
Sintiéndose más seguros en un hato de cerdos que en la
presencia de Dios, los demonios solicitan entrar en los cerdos. Jesús consiente
y como dos mil cerdos poseídos se despeñan cayendo al mar.
Y mientras tanto los discípulos no hacen nada. Mientras
Jesús lucha los seguidores lo observan anonadados. No saben qué más hacer.
¿Se siente identificado? ¿Se encuentra observando un
mundo descontrolado sin saber qué hacer? Si ese es el caso, haga lo que
hicieron los discípulos: Cuando arrecie la lucha, de un paso hacia atrás para
permitir que luche el Padre.
Tengo una foto en mi álbum mental que ilustra este
principio. En la escena, mi padre y yo estamos lidiando con una tormenta en un
bote pesquero. Nos rodean montañas de crestas blancas, la mayoría más altas que
cualquiera de los dos. La línea de la costa está escondida, la niebla se espesa
y sinceramente comenzamos a dudar que podamos alcanzar nuevamente la costa.
Yo soy pequeño, tal vez de nueve años. El bote es
pequeño, mide unos tres metros. Y las olas son altas, de suficiente altura como
para hacer zozobrar a nuestra nave. El cielo retumba, las nubes se hinchan y el
relámpago forma zigzag.
Papá ha dirigido el bote hacia la playa más cercana,
apuntando la proa a las olas. Él está sentado en la parte de atrás con una mano
sobre el acelerador y su cara al viento. Yo estoy en el frente mirando para
atrás hacia donde está él. La lluvia hace arder mi cuello descubierto y empapa
mi camisa. Una ola tras otra nos levanta y nos baja de un golpe. Agarro ambos
lados del bote y me aferro.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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