¿CÓMO NOS ACERCAMOS CADA DÍA AL DIOS SANTÍSIMO?
Fuente:
(J. Mª V. M.)
iglesiaevangelicaelalfarero.com
“Y
dijo: No te acerques; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que
tú estás es tierra santa” (Éxodo 3:5).
Cualquier sociedad organizada establece, para
una mejor y más ordenada convivencia entre los miembros de la misma, una
normativa que todos están obligados a respetar y obedecer. Estos son los
límites adoptados libre y voluntariamente por todos, límites que se ocupan de
proteger y guardar los estamentos establecidos para tal fin: leyes y decretos
tutelados por jueces y fuerzas del orden. De esta forma, se garantizan los
derechos y libertades de los miembros de cada grupo comunitario, cualquiera sea
su posición o personalidad dentro del mismo.
De igual manera, Dios establece límites con
los hombres. Muchos religiosos piensan que pueden vivir su vana religiosidad de
una forma incontrolada, anárquica y personalista, sin tener en cuenta la
autoridad y soberanía de Dios expresada en su Palabra. Ella es, precisamente,
la que establece los límites infranqueables para todo aquel que no
presenta la santidad exigida por el
Señor. La propia revelación bíblica declara: “Todos están bajo pecado...y
destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:9, 23).
El problema radica en que
el hombre no puede santificarse a sí mismo para poder presentarse sin temor
delante del Padre. Necesita ser santificado y él, a pesar de sus inútiles
esfuerzos por conseguirlo por medio de baldías obras humanas, está lejos de ser
acepto ante Dios. Bien lo dice la Palabra: “Todos nosotros somos como suciedad,
y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). Esta es la
gran tragedia humana: Por un lado rechazan a Jesucristo, el único y "solo
mediador entre Dios y los hombres” (1ª Timoteo 2:5); y por otro quieren que
Dios acepte sus invocaciones y sacrificios estériles. Ignoran, que “por las
obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Romanos
3:23).
Este es el dramático conflicto que se da en el
corazón humano: nada de lo que hace ante Dios vale a su favor, ni es tenido en
cuenta por Él; porque es Dios, en su infinito amor y justicia, el que ha
provisto de Aquel que ha de justificar por medio de su sangre a los elegidos
delante del Padre: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8).
El límite, pues, que
encontró Moisés cuando se acercó a la zarza que ardía, estaba en la santidad de
Dios frente a la contaminación pecaminosa del hombre. Por ello tuvo que
quitarse el calzado manchado por el pecado. De igual manera, amado hermano en
el Señor, nosotros, aquellos que ya gozamos de libertad para entrar al Lugar
Santísimo, debemos acudir a “la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo
pecado” (1ª Juan 1:7). ¿Estás viviendo bajo los límites de Dios y de su
Palabra? ¿O quizás has establecido en lugar de la ley santa de Dios tus propias
leyes contaminadas por el pecado? ¡Dios espera tu respuesta!
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Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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