¡LA ESCLAVITUD DEL PECADO NO CONFESADO!
Fuente:
(J. Mª V. M.)
iglesiaevangelicaelalfarero.com
“Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:9-10).
Nadie
ignora que vivimos en una sociedad sin conciencia, donde predomina lo amoral o
inmoral, en la que los medios publicitarios -particularmente la televisión
invasiva -, invitan constantemente al hombre a vivir para el mundo, absorbiendo
de paso su ya débil personalidad vacía de iniciativas y valores. Por añadidura,
la marcha agitada de la vida cotidiana le obstaculiza para que éste reflexione
sobre él mismo, su vida alejada de Dios y su futuro eterno. En esta situación
es muy difícil, por no decir imposible -aparte de incómodo y molesto-, el que
alguno escuche hablar de pecado, arrepentimiento y perdón. La verdad es que
muchos se hacen esta pregunta: ¿Interesan estas cosas al hombre de hoy? Ante
esta cruda realidad, cuesta creer que los hombres sientan la ineludible
necesidad de ser perdonados, cuando no reconocen siquiera la culpa del pecado a
pesar de ser esclavos de él (Juan 8:34).
Por
otro lado, algunos preguntan con burla e ironía, mofándose del pecado a pesar
de su condición de pecadores convictos ante Dios: ¿Qué se entiende por pecado?
Pero esta insolencia no quita validez al veredicto de la Palabra: “Por tanto,
como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así
la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos; 5:12).
Pero es una terrible y pavorosa realidad que el hombre ha perdido el sentido y
realidad del pecado, llegando a desafiar a Dios sin el menor temor a su justicia
eterna. Carlos Finney (1792-1875), conocido siervo del Señor, disertando sobre
la gravedad del pecado, dijo: “El pecado es la cosa más costosa en el universo,
perdonado o no perdonado: perdonado, su costo recae sobre el sacrificio
expiatorio de Cristo; no perdonado, queda para siempre sobre el alma
impenitente (obstinada, no arrepentida)”.
Amado
hermano, hace años viví la siguiente experiencia que ya he relatado en otro
medio: "En una ocasión que fui a predicar la Palabra a una pequeña iglesia,
el Señor me llevó a un texto al que no pensaba acudir esa tarde: “El que
encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). En aquel reducido local se
encontraba un hombre de mediana edad, de aspecto cansado y abatido. Al escuchar
estas palabras, silenciosamente se levantó y salió a la ya oscura calle. Según
me relató algún tiempo después, este versículo se había clavado en su triste
corazón de forma dolorosa. Con entrecortadas palabras bañadas por las lágrimas,
confesó que un día no muy lejano había sido un cristiano fiel y comprometido,
pero debido a diversas causas pecaminosas su vida se fue apartando más y más
del Señor Jesucristo, cayendo en una postración espiritual y moral que le hizo perder
a su esposa e hijos. En él se cumplía la Palabra: “Prenderán al impío sus
propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado” (Proverbios
5:22). El mal que dominaba el corazón de este hombre, no era sólo el pecado que
había destruido su vida, sino el vivir bajo su tiranía.
Por
ello, el Señor me mostró la angustiosa necesidad de su alma: ¡Debía confesar su
pecado y apartarse de él para alcanzar misericordia! Y así lo hizo de rodillas
delante de Aquel que “es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9). Desde ese momento, al igual que
David, el gozo de la salvación volvió a su vida".
¿Te
encuentras bajo la tiranía y esclavitud de un pecado que te impide vivir en paz
con Dios, alejándote de su comunión santa y vivificadora? ¿Estás viviendo lejos
de tu Padre celestial, en una situación extraña, conviviendo con el pecado y
comiendo la vil y repugnante comida de los cerdos, al igual que el hijo
pródigo? ¡Levántate y confiésale tu pecado al Padre: Él, en su amor
misericordioso y compasivo, te perdonará, te abrirá sus brazos consoladores y
te restaurará como hijo amado! ¡Hazlo ya, no lo dejes para otro día: Él espera
que vuelvas en sí! (Lucas 15:17-24)
Y,
a ti, amigo que has leído esta meditación, me permito decirte esto: ¿Sabes que
si no te arrepientes de tus pecados, y abres tu corazón al perdón de Dios
mediante la obra propiciatoria de Cristo, vivirás separado de Él por toda la
eternidad? Así lo declara su Palabra fiel y verdadera: "Porque la paga del
pecado es la muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro" (Romanos 6:23)
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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