UN ANCLA SEGURA
Fuente:
reflexiones-cristianas.org
De
manera que podemos decir confiadamente: «El Señor es mi ayudador; no temeré lo
que me puede hacer el hombre». Hebreos 13: 6
En
los tiempos de prosperidad se disfruta de paz y seguridad.
En
esas condiciones no es posible saber cuan arraigada y firme está nuestra
confianza en Dios.
En
cambio, cuando somos golpeados por la tragedia, cuando la enfermedad azota
nuestro cuerpo, se revela dónde hemos puesto el ancla de nuestra fe.
¿Está
nuestra ancla a suficiente profundidad, de manera que la fe esté totalmente
asegurada en Cristo?
Recuerdo
a uno de los dirigentes de una de las iglesias donde fui pastor.
Su
servicio y entrega a la iglesia eran una gran bendición.
Materialmente
le iba muy bien.
Las
cosechas de su siembra eran abundantes.
Eran
muchas las bendiciones que recibía de parte de Dios.
Gozaba
de mucha comodidad.
No
era fácil saber por anticipado si al cambiar las circunstancias, cuando la
adversidad golpeara su vida, mantendría su confianza y fidelidad al Señor.
Pero
un día llegó la hora de la prueba.
Su
esposa, a quien él amaba mucho, se suicidó, dejándole cinco hijos pequeños,
menores de diez años de edad.
El
funeral se celebró un viernes.
¿Qué
sucedería al día siguiente?
¿Iría
a la iglesia?
¿Continuará
con la misma fe?
El
negro nubarrón que había descargado toda una tormenta de dolor sobre él,
¿inundaría su alma hasta ahogarla?
El
domingo por la mañana, mientras me encontraba a la entrada de la puerta del
templo, saludando
a los miembros de la iglesia que llegaban, quedé sorprendido al ver que el
primero en llegar para adorar al Señor era aquel dirigente, junto con todos sus
hijos.
Cuando
lo saludé, me dijo: «Pastor, he bebido la copa del dolor más profundo, pero del
Señor no me apartarán jamás».
Cuando
uno pone su esperanza y su fe en Cristo, nunca será chasqueado.
Las
cosas de este mundo pueden satisfacer temporalmente, pero pronto se apoderará
del corazón un vacío que nada podrá llenar.
No
importa cuánto ánimo te den los amigos, la única paz que resiste cuando azota
la tormenta proviene de Dios.
Se
puede tener muchos amigos, dinero, fama, pero nada de eso resolverá todos
nuestros problemas. El vacío que experimenta el corazón solo Dios puede
llenarlo.
Cuando
nuestro corazón está profundamente arraigado en Cristo, podemos decir: «El
Señor es mi ayudador; no temeré lo que me puede hacer el hombre».
Dios
se deleita en darles lo mejor a sus hijos.
Porque
él dijo: No te desampararé, ni te dejaré, de manera que podamos decir
confiadamente: «El Señor es mi ayudador, no temeré lo que me puede hacer el
hombre» (He. 13:5,6).
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Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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