CÓMO ENFRENTAR NUESTROS TEMORES
Fuente:
Charles Stanley
Sitiodeesperanza.com
Cada
uno de nosotros hemos sentido temor alguna vez en la vida. En mi caso hubo un
momento en el cual me di cuenta que estaba luchando con el temor y me propuse
descubrir su origen.
Yo
sabía que si no lo hacía mi ministerio sufriría grandemente debido a ello. Al
orar y pedir a Dios que me revelara la causa de mi temor, volví a vivir los
recuerdos de mi niñez.
Los
primeros años de mi vida fueron turbulentos. Mi padre murió cuando yo tenía dos
años y mi madre se vio obligada a tener dos trabajos para que ambos tuviéramos
techo y comida. El primer recuerdo que tengo de mi niñez es del temor que me
invadía al dudar de que pudiéramos lograr tener lo necesario para subsistir.
Crecí teniendo que prepararme tanto el desayuno como el almuerzo para ir a la
escuela.
La
meta de mi madre no fue infundirme temor; acaso ella me enseñó más sobre la fe
que cualquier otra persona. Lo que provocó la inestabilidad y el temor fue
consecuencia natural de las circunstancias en las que nos encontrábamos. Por
las noches mi madre y yo orábamos juntos. Ella me enseñó que aunque los tiempos
eran difíciles, Dios estaba con nosotros listo para suplir todo lo que
necesitábamos. Ella confiaba en el Señor y nunca nos quedamos sin comer. Quizá
hubo tiempos de escasez cuando nuestro refrigerador estuvo casi vacío, pero
siempre tuvimos todo lo necesario.
Ninguno
de nosotros puede darse el lujo de permitirle la entrada al enemigo en nuestras
vidas. Todo lo que Satanás necesita para hostigarnos es una oportunidad. La
oración y la Palabra de Dios son las armas más efectivas que tenemos contra el
temor. Cuando reconocemos ante el Señor que somos presa del temor y le
imploramos su protección y dirección, asumimos una postura de fe.
El
temor es, en sí, una decisión. Me sorprende ver cuántas personas me dicen que
tienen temor de haber cometido el pecado imperdonable. Pese a que la sangre de
Jesucristo los limpia de todo pecado, siguen rodeados de una incredulidad
persistente.
Por
lo general se reduce a que se sienten culpables de algún pecado, ya sea pasado
o presente. Es entonces cuando les recuerdo 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros
pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad”. Dios nos perdona cuando nos acercamos a Él en oración humilde
buscando su perdón.
Si
una persona insiste en seguir creyendo en un concepto falso del temor, lo más
probable es que su vida esté saturada de temor.
Jamás
habrá un momento cuando tengamos que preocuparnos de que Dios nos perdone o no.
Todo pecado – todo lo que jamás hayamos cometido – ha sido perdonado por su
gracia mediante la obediencia de su Hijo en el Calvario. El Señor Jesús murió a
fin de que nosotros podamos tener vida eterna. Él nos ha dado libertad y no hay
necesidad de vivir en pecado o temor.
En
el libro “La sensación de ser alguien”, el autor Mauricio Wagner escribe: “El
temor paraliza la mente haciéndonos incapaces de pensar con claridad. El temor
de gran magnitud desorganiza la mente temporalmente al grado de que la
confusión llega a imperar. El temor tiene también la tendencia de
multiplicarse; cuando tenemos temor quedamos inutilizados al grado de que
llegamos a temer de nuestros temores. No podemos hacer frente a los problemas
cuando tenemos temor de ellos. . .
“Se
necesita fe para doblegar el problema del temor. Es imposible vencer el temor
sintiéndonos culpables de esa emoción. En ninguna parte de la Biblia
encontramos que Dios condene a una persona por tener temor; en cambio, Él constantemente
alienta a los que temen con declaraciones como: No temas, porque yo estoy
contigo (Isaías 41:10). Cuando tenemos temor nos sentimos solos con nuestros
problemas y estamos abrumados por ellos. La fe acepta el hecho de que el
problema es demasiado grande para nosotros y también el hecho de que no estamos
solos con él; tenemos a Dios con nosotros”.
En
Lucas 4:18 el Señor Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar
a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos”. Una de las
funciones de Cristo como Mesías es traer libertad de la opresión. Cualquier
cosa que nos mantenga cautivos debe soltarnos de sus garras cuando le ordenamos
que lo haga en el nombre de Jesucristo.
El
pecado, o cualquier esclavitud emocional, no puede gobernar nuestra vida. El
único poder que el pecado tiene sobre ella es el que nosotros le concedamos; o
sea, que se trata de lo que nosotros decidamos hacer. Podemos tomar la decisión
de pecar y rechazar el plan de Dios para nuestra vida o podemos elegir seguir a
Cristo en obediencia. No hemos sido destinados para ser pecadores ni hemos
nacido a una vida de temor.
La
duda contribuye poderosamente al temor. Cuando dudamos de la habilidad de Dios
para mantenernos y suplir nuestras necesidades, tenemos temor. Muchos han
adoptado el punto de vista de que el hombre es el centro del universo y que
todo lo que ocurre debe ser controlado por él. No obstante, la necesidad de
estar a cargo de nuestro propio destino tiene un gran defecto. Nosotros no
somos todopoderosos ni podemos evitar que acontezcan ciertos eventos, sólo Dios
es soberano. En última instancia Él es la única fuente de nuestra seguridad.
Puesto
que nos hemos sugestionado para creer en la mentira de que separados de Dios
somos auto-suficientes, el temor impera en nuestras mentes sin control alguno.
En lugar de tornarse a Dios en oración, nuestras mentes andan a la deriva, de
un problema imaginario a otro. Intentamos arreglar todo y terminamos exhaustos
espiritual y emocionalmente.
Satanás
se complace en hacer que andemos corriendo emocionalmente. Él toma medidas
extremas con tal de lograr que nos imaginemos todo tipo de cosas o situaciones.
La mayoría de nosotros sabemos lo que es pasarnos una noche en vela debido a
pensamientos o preocupaciones que se convierten en temores.
Un
solo pensamiento puede multiplicarse y crecer mil veces si es regado por las
mentiras del enemigo. Su principal objetivo es hacer que dejemos de confiar en
Dios. Una vez que logra que lo hagamos, él nos despoja de toda sensación de paz
y esperanza; comenzamos a dudar de las promesas de Dios y antes que nos demos
cuenta el temor ha erigido toda una fortaleza en nuestra vida.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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