CON UNA MENTE SATURADA
Por
Cameron Lawrence :
La ruidosa estación del metro nos despertó cuando hicimos nuestra tranquila y soñolienta entrada a París. Nos levantamos sosteniendo un mapa, mientras cientos de pasajeros salían de los vagones del tren. Gente y más gente —multitud de personas quién sabe de dónde, corrían a nuestro alrededor.
La ruidosa estación del metro nos despertó cuando hicimos nuestra tranquila y soñolienta entrada a París. Nos levantamos sosteniendo un mapa, mientras cientos de pasajeros salían de los vagones del tren. Gente y más gente —multitud de personas quién sabe de dónde, corrían a nuestro alrededor.
Así es como se ve una estación del metro en París en la
mañana. Pero es también una ilustración de mi mente en un momento cualquiera
del día. ¿Le pasa a usted lo mismo? Imagino que mi mente es una estación de
trenes, y que estoy de pie sobre sus frías baldosas. Pero, en vez de personas,
es un torrente de pensamientos lo
que me bombardea. Algunos son recuerdos familiares y agradables. Otros, aunque
también familiares, son extraños y perturbadores, y me han inquietado desde
hace años. De algunos estoy consciente todo el tiempo, mientras que otros
permanecen distantes en las sombras o se presentan muy de cerca, como
vendedores ambulantes pregonando sus mercancías.
El apóstol nos dio estas palabras no sólo como una
exhortación, sino también como una orden pastoral. “Estad siempre gozosos. Orad
sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con
vosotros en Cristo Jesús” escribió a los tesalonicenses (1Ts 5.16-18). Y a los
efesios les dijo: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en
Espíritu” (Ef. 6.18). Como personas consecuentes con la enseñanza de las
Escrituras, tenemos que creer que Pablo pensaba que la oración incesante.
¿Qué es la oración?
En el siglo IV, el célebre teólogo y predicador Juan Crisóstomo dijo: “La oración es la luz del alma que nos da el verdadero conocimiento de Dios”. El conocimiento de que hablaba no es el que se aprende en los libros, sino el que se produce por un verdadero encuentro con el Cristo vivo.
¿Qué es la oración?
En el siglo IV, el célebre teólogo y predicador Juan Crisóstomo dijo: “La oración es la luz del alma que nos da el verdadero conocimiento de Dios”. El conocimiento de que hablaba no es el que se aprende en los libros, sino el que se produce por un verdadero encuentro con el Cristo vivo.
La oración es, fundamentalmente, comunión con Dios. Sí,
venimos a Él con nuestras necesidades y carencias, como exhorta la Escritura.
Sí, la oración consiste en conversar con el Señor, hablando y escuchando. Pero
ni nuestra conversación ni nuestras peticiones son realmente el todo de la
oración: ellas son el medio, no el fin. Lo que buscamos, más bien, es una unión
cada vez más profunda con el Salvador que hace posible cada una de estas
partes. Lo que anhelamos es a Dios mismo.
“No debéis pensar en la oración como una cuestión de
palabras”, dijo Crisóstomo. “Cualquiera que reciba del Señor el don de este
tipo de oración, posee una riqueza que no puede quitársele, un alimento celestial que colma el alma”.
Nuestra comunión con el Señor trasciende las palabras.
No siempre es necesario hablar para tener una experiencia con Él. No siempre
hay que hacer un esfuerzo por escuchar sus enseñanzas en nuestro tiempo
devocional. Más bien, los creyentes debemos esforzarnos por estar vigilantes en
todo momento, teniendo cuidado de que nada nos robe la atención de su
presencia. Pero es nuestra mente el mayor obstáculo para lograrlo.
El ataque de la mente
¿Alguna vez ha intentado usted acallar sus pensamientos para concentrarse en Dios? Dejemos de lado la idea de la oración sin cesar por un momento. Si evaluamos sinceramente el estado de nuestra mente cuando oramos, sabemos que somos bombardeados por toda clase de pensamientos, desde buenos hasta perversos. Con la boca, hablamos. Pero otro diálogo incesante actúa en nuestro interior, impidiendo que nos conectemos realmente con el Señor.
El ataque de la mente
¿Alguna vez ha intentado usted acallar sus pensamientos para concentrarse en Dios? Dejemos de lado la idea de la oración sin cesar por un momento. Si evaluamos sinceramente el estado de nuestra mente cuando oramos, sabemos que somos bombardeados por toda clase de pensamientos, desde buenos hasta perversos. Con la boca, hablamos. Pero otro diálogo incesante actúa en nuestro interior, impidiendo que nos conectemos realmente con el Señor.
La escritora Frederica Matthewes-Green dice que lo que
nosotros consideramos como “la mente” hoy, no es lo mismo a lo que se refiere
la Biblia: “Para mayor confusión, tanto los
autores de la Sagrada Escritura como Jesús coinciden en que los pensamientos
surgen del corazón. Como dijo Jesús: “Porque del corazón salen los malos
pensamientos…” (Mt 15.19) Cuando uno ve la palabra “mente” en la Biblia, la palabra griega que está
detrás de ella es generalmente nous, que no equivale a nuestro concepto de
“mente” hoy.
“La nous”, dice ella, “es básicamente un diminuto
receptor”, como un “radio pequeño” dado por Dios para percibir su presencia y
escuchar su voz, pero que en su estado caído necesita ser reparado. “[La nous]
no percibe las cosas con claridad por el daño causado por el pecado. Lo cual
implica deshacerse de las emociones y de los pensamientos que nos enturbian la
mente. Necesitamos tener
una visión profunda de la realidad si queremos encontrar a Dios. La realidad se
encuentra dónde está Dios”.
Nuestros pensamientos no presentan con frecuencia un
cuadro exacto del mundo, ni de nuestros seres queridos, prójimos o
circunstancias. La mente necesita ser sanada, y sólo la presencia de Dios puede
restaurar su correcto funcionamiento. Pero, ¿cómo podemos evitar distraernos y
tener verdadera comunión con Él?
Aprendamos a orar
No hay una fórmula para tener una vida de oración incesante. Pero hay un método irrefutable, de siglos de antigüedad, que nos ayuda a encontrar el camino, lentamente a través de la perseverancia, no importa lo que estemos haciendo o quién esté en derredor.
Aprendamos a orar
No hay una fórmula para tener una vida de oración incesante. Pero hay un método irrefutable, de siglos de antigüedad, que nos ayuda a encontrar el camino, lentamente a través de la perseverancia, no importa lo que estemos haciendo o quién esté en derredor.
Durante siglos, los cristianos han susurrado fragmentos
de las Escrituras y oraciones cortas durante el día para mantenerse
en la presencia de Dios. Como dijo el escritor ruso Anthony Bloom: “Dios nunca está ausente… Nos
quejamos de que Él no se nos hace presente en los pocos minutos que le
reservamos, ¿pero qué de las veintitrés horas y media durante las cuales Dios
puede estar llamando a nuestra puerta y le respondemos: ‘Lo siento, pero estoy
ocupado’, o cuando no respondemos en absoluto porque no oímos el toque…?
Estamos mucho más ausentes de lo que Él jamás lo está”. Tener siempre un
estribillo para invocarle durante el día nos ayuda a mantener la conexión con
Cristo, y afina el corazón para oírlo tocar a su puerta.
Esto ayuda también a expulsar los pensamientos no
deseados. Pero, ¿qué del versículo que dice: “Y orando, no uséis vanas
repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos
(Mt 6.7)? No toda repetición es “vana”, o “sin sentido”, como dice otra versión. Un
versículo o una oración bien escogida no lo es. Repetirlos con devoción y
atención a Dios produce un hábito de corazón que nos acerca más al Salvador, y
nos hace más semejantes a Él.
Elijamos una oración
La oración no puede ser únicamente una cuestión de palabras, como dijo Juan Crisóstomo. Pero nuestras palabras ayudan a nuestros corazones a llegar donde necesitan estar. Estos son algunos de los pasajes más elegidos normalmente:
Elijamos una oración
La oración no puede ser únicamente una cuestión de palabras, como dijo Juan Crisóstomo. Pero nuestras palabras ayudan a nuestros corazones a llegar donde necesitan estar. Estos son algunos de los pasajes más elegidos normalmente:
El Padrenuestro: Memorice Mateo 6.9-14, la
lección en cuanto a la oración que Jesús dio a sus discípulos, que los
cristianos han recitado desde entonces. Si le resulta difícil repetirla a lo
largo del día, deje que ciertos hechos cotidianos le sirvan como recordatorios
para hacer un alto y tener comunión con el Padre.
La oración aprobada por Jesús: ¡Oh Dios, ten compasión
de mí, que soy pecador! En la parábola de Jesús sobre el fariseo y el
publicano, el primer hombre da gracias a Dios por no ser tan pecador como las
otras personas, mientras que el segundo reconoce sinceramente su pecado. Jesús
afirmó: “Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios.
Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido (Lc 18.9-14 NVI).
Notemos dos cosas en cuanto a esta oración. La palabra
“compasión” evoca con frecuencia la idea de perdón. Pero aquí se refiere a la
“piedad” de Dios, pidiéndole que derrame su amor sobre nosotros. Además, la
palabra “pecador” no está allí para hacernos sentir mal. Más bien, es una
declaración de humildad. Como nos recuerda Santiago 4.6: “Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes”. Si la forma tradicional le parece
demasiado extensa, trate de acortar la oración diciendo: “Señor Jesús, ten
piedad de mí”, o simplemente “Señor, ten piedad”.
No hay nada mágico en este método. La disciplina de la oración incesante no sustituye al tiempo que apartamos para leer y meditar en las Sagradas Escrituras. Es una extensión de esa devoción, una manera de hacerlo mientras lavamos los platos, cortamos el césped, adoramos en la iglesia o hacemos nuestro trabajo. Pero tengamos cuidado de no caer en la vana repetición, ya que Dios quiere que sintamos verdaderamente lo que decimos. Aprender a invocar al Señor de esta manera no nos apartará de nuestras responsabilidades diarias.
Recibe una Bendición y
un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano "Cristo es la Puerta"
Centro Cristiano "Cristo es la Puerta"
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