MÉDICO, CÚRATE A TI MISMO
Fuente: Van Der Post
Laurens, “Jung y la historia de nuestro tiempo”. Editorial Sudamericana.
(Buenos Aires, 1978). Pág.196
Paul Tournier
“Biblia y medicina” (Editorial Gómez, Pamplona, 1960) Págs. 198 199.
Jesús se encontraba en Nazaret, el pueblo donde vivió
su infancia. Allí inaugura su ministerio al leer en la sinagoga un párrafo del
profeta Isaías referido al jubileo*, luego de lo cual comentó: “Hoy se ha
cumplido esta Escritura delante de vosotros”. La gente miró a Jesús con
incredulidad; entonces es cuando dijo estas palabras de un conocido refrán de
la época: “Médico, cúrate a ti mismo”.
El sentido que le da Jesús a esa frase, es para
reforzar lo que afirma luego en cuanto a que nadie es profeta en su tierra. Es
que sus conciudadanos no daban crédito a que el hijo de José y María, estas dos
personas humildes a quienes todos conocían, fuera el Mesías.
En este artículo quisiera retomar estas palabras
pronunciadas por Jesús y expresar nuevos sentidos a sus dichos. La propuesta es
que los médicos, terapeutas en general, los pastores ligados a tareas de sanar,
debemos realmente preocuparnos por curarnos a nosotros mismos. Tenemos que
asegurarnos que somos personas sanas si es que queremos brindar salud a los
demás.
Me he preguntado cómo responder a la demanda de brindar
salud. Cómo hacer para que nuestra tarea cumpla con el espíritu del jubileo al
que Jesús hacía referencia en ese momento, y que va a marcar el contenido de su
ministerio.
EL DOCTOR LUCAS ANTE UN CASO CLÍNICO INTERESANTE
No deja de llamarme la atención que el único evangelista que cita este refrán
pronunciado por Jesús es precisamente el evangelista Lucas, que era médico.
Y esto me lleva a hacerme algunas preguntas: ¿Habrá
sido Lucas capaz de resolver este dilema de curarse a sí mismo? ¿El haber
convivido con personas que estuvieron tan cerca de Jesús, y que seguramente
compartieron esta experiencia con él, le habrá permitido encontrar la
respuesta? ¿El haber escrito uno de los evangelios, y haber hurgado en tantos
testimonios, orales y escritos, le habrá posibilitado ser a la postre un médico
diferente?
Creo que sí, que conocer a Jesús no solamente cambió su
vida sino también la actitud hacia su profesión. Por ejemplo tomemos el
episodio narrado en Lucas 8, en el que Jesús cura a la mujer que toca su manto.
Este relato está también narrado en los otros dos evangelios sinópticos, pero
veremos que con sutiles diferencias.
Tomemos el caso del evangelista Mateo, quien pasa por
alto mayores detalles médicos. Dice: “Entonces una mujer enferma, que durante
doce años había sufrido derrames de sangre, se acercó a Jesús…” (Mt. 9:20).
Marcos por su parte, es extremadamente cáustico al
referirse a los tratamientos médicos por los que había atravesado esta mujer.
Luego de describir someramente la enfermedad, dice: “Había sufrido mucho a
manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía; pero no le había
servido de nada, sino que al contrario, iba de mal en peor” (Mc. 5:26).
Lucas en cambio, toma una postura original y distinta a
la de ambos evangelistas. Le da relevancia a la tarea médica, a la enfermedad a
la cual describe, y refiriéndose a los tratamientos realizados habla de su
ineficacia y del dinero y el tiempo invertidos, pero no le asigna mala
intención sino impotencia a las posibilidades médicas. Dice: “Y entre ellos
había una mujer enferma que durante doce años había sufrido derrames de sangre
y había gastado en médicos todo lo que tenía, sin que ninguno la pudiera
sanar.” (Lc. 8:43).
LUCAS COMO MODELO
Me gusta el modelo de Lucas en cuanto la actitud del
terapeuta hacia su profesión y el lugar que ocupa el milagro por la intervención
de Dios. Aprecio que no sea exageradamente crítico hacia sus colegas o hacia la
profesión médica, sino que ponga las cosas en su justo lugar. Me identifico con
él al reconocer las limitaciones de la medicina, sin que por ello sienta
decepción o frustración frente a su tarea.
Quisiera como él depositar una última opción de
curación cuando se apela a la fe del paciente, lo cual aparece en la estructura
del relato de este suceso. Me complace que siendo Lucas griego (y todos lo
somos por formación universitaria), pueda aceptar este
milagro sin cuestionamientos científicos interminables,
sino explicando lo sucedido con convicción.
Vemos a Lucas, un médico, certificando cómo una mujer que tocó el manto
de Jesús quedó sana al instante cuando la medicina había fracasado vez tras vez
durante doce años.
EL MÉDICO HERIDO
El psiquiatra austríaco Carl G. Jung, conversando con
su amigo y biógrafo Laurens Van Der Post, le dijo alguna vez: (cita en negrita)
“Aprendí que sólo el médico que se siente profundamente afectado por sus
pacientes puede curar.
Sólo el médico herido cura, y aún él, no puede curar
más allá de la medida en que se ha curado a sí mismo. El médico tiene que
aceptar, pese a lo humillante que ello pudiese ser para su propia ”cordura” y
“normalidad”, que él no podía llevar a nadie más allá de donde se hubiera
llevado a sí mismo”.1
Sólo el médico que se ha curado a sí mismo, o que está
en permanente proceso de curación, puede sanar a otros. No puede hacer por
otros, ni en otros, lo que no hizo en sí mismo. Es un médico sano aquél que
está herido, que es humilde, que es solidario con la enfermedad de su paciente
porque también él se siente humano, limitado y enfermo. Todo esto quiere decir
que será eficaz en la tarea de sanar, aquel que considere al enfermo como su
prójimo, como alguien igual a sí mismo.
El doctor Paul Tournier, conocido por sus libros sobre
“la medicina de la persona”, expresa un concepto similar: (cita en negrita) “La
Biblia dice:”Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo
Jesús” (Fil. 2:5). Y en otro lugar: “El que no toma su cruz y viene en pos de
mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27). Tomar su cruz es, en nuestro caso
particular, sobrellevar sin desfallecer el dolor de ver sufrir a nuestros
enfermos.”
CONCLUSIÓN
Comenzamos preguntándonos cómo “curarnos a nosotros
mismos”, cómo llevar a cabo una medicina compatible con los principios del
Jubileo que enunció Jesús al comenzar su ministerio, para que nuestra tarea terapéutica sea realmente sanadora (que
es precisamente su razón de ser).
Tomamos como modelo al evangelista Lucas (a quien el
apóstol Pablo llama en una de sus cartas “el médico amado” Col. 4:14), un
médico griego convertido a Cristo, y que por su cercanía con el Jesús
histórico, de quien escribió un evangelio, cambió su vida y el abordaje a su
profesión.
Propongo que para nosotros, también médicos de
formación científica con raíces en el pensamiento griego, y convertidos al
evangelio, la respuesta al planteo de curarnos a nosotros mismos la
encontraremos en la actitud de confianza que nos brinda la fe. Nuestra salud
está más allá de nuestro control, pertenece a Dios.
En cuanto a nuestros pacientes hemos de tener presente
que aun cuando hayamos intervenido y realizado el mayor y mejor esfuerzo (y
debemos ser responsables en actualizar nuestro conocimiento), en última
instancia la salud es un milagro que trascenderá nuestra comprensión, y
deberemos ser agradecidos y humildes por ello.
Creo, además, que para ser médicos sanos, debemos
aceptarnos como médicos heridos, reconocer nuestra humanidad y el compromiso de
nuestras emociones en la relación con el paciente. Es necesario despojarnos de
toda omnipotencia y aceptar nuestras limitaciones, y que esta actitud sea la
consecuencia de haber permitido la intervención de Jesús en nuestras vidas.
Jesús no sólo es Rey de reyes y Señor de señores, sino
también Médico de médicos. Él puede curarnos, para que podamos afirmar que a
través suyo “nos curamos a nosotros mismos” y así llevar a cabo una tarea de
sanidad integral hacia el prójimo sufriente que se acerca a buscar nuestro
auxilio. Entonces estaremos cumpliendo con nuestra misión de sanar.
Lo que Jesús leyó en esa oportunidad, y que se relata
en el evangelio de Lucas, es del libro de Isaías 61:1 2: “El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los
pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del
Señor.”
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