MI
DIOS ES LUZ
Fuente: Milagros García Klibansky
Congregación León de Judá
Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus
buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos. Mateo
5:16
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Lámpara es a mis pies Tu palabra, y luz para mi camino. Salmos
119:105
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En Cuba son muy
comunes los llamados 'apagones' que no son más que la falta de fluido eléctrico.
Cuando ocurren de noche sin previo aviso nos quedamos en la más absoluta
oscuridad, buscamos a tientas una caja de fósforos y a veces cuando encendemos
pasamos tremendo susto porque tenemos a nuestro lado a otro miembro de la
familia que estaba en la misma búsqueda y no lo sentimos llegar.
Cuando no conocemos a
Cristo, nuestra alma está perdida en las tinieblas, buscando a tientas algo que
nos ilumine el sendero. En esta búsqueda tropezamos, caemos, nos herimos,
desfallecemos y lloramos atemorizados de no poder ver más allá de lo que es
humanamente posible.
Cuando su luz ilumina
nuestro corazón y nuestra mente, sentimos un miedo profundo pues empezamos a
ver con claridad las cicatrices de las heridas que quedaron de nuestro andar en
tinieblas, casi ninguna es superficial, la mayoría de ellas son profundas y
feas y desearíamos echar el tiempo atrás y borrar todo el pasado, pero eso, no
es posible, solo nos queda seguir adelante y comenzar a caminar bajo la luz que
Él nos ofrece.
En la medida que vamos
avanzando en este nuevo sendero, tomados de su mano, la cual apretamos fuerte
pues no queremos perdernos de nuevo, nos damos cuenta de que las cicatrices van
desapareciendo y nos sale una nueva piel. Él es el bálsamo que cura nuestras
heridas, su luz no lastima nuestros ojos, ahora están más abiertos que nunca y
podemos ver con claridad.
Es la misma luz que
guiaba a Israel por el desierto. Nosotros hemos aprendido a apreciarla y nos
aferramos a ella pues sabemos que las sombras nos acechan, más sujetos de él,
no nos podrán alcanzar.
Su luz admirable nos
guiará siempre, nunca se apagará la llama del fuego que arde en nuestros
corazones y si alguna vez mengua, nunca será por Él, siempre seremos nosotros
quienes dejaremos que se extinga.
Cuidemos la luz del mundo
que un día recibimos, velemos porque nunca el aceite se acabe y limpiemos el
espejo que la difunde que es nuestro corazón.
Hagamos realidad las
palabras del Señor en Mateo 5.14: “Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede
esconder una ciudad asentada sobre un monte?”
Lectura sugerida: Salmo 119
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Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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