ACCIÓN
Y PASIÓN EN LA ORACIÓN
Dr. Roberto Miranda
Fuente: Congregación León de Judá
Como no pudieron acercarse a
Jesús a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde Él estaba;
y cuando habían hecho una abertura, bajaron la camilla en que estaba acostado
el paralítico. Marcos 2:4
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Un día pasaba Eliseo por Sunem,
donde había una mujer distinguida, y ella lo persuadió a que comiera. Y
sucedía que siempre que pasaba, entraba allí a comer. 2
Reyes 4:8
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Frecuentemente,
nuestras oraciones tienen que estar acompañadas de acciones audaces que las
refuercen y respalden. Dios espera que oremos, y que entonces nos lancemos a
ejecutar lo que hemos pedido como si ya esto fuera una realidad. Santiago dice
que la fe sin obras es muerta.
Además, nuestras
oraciones deben ser expresadas de manera que expresen pasión y compromiso con
lo que estamos pidiendo. Dios no responde a oraciones indiferentes y meramente
formales. Por otra parte, lo conmueven oraciones apasionadas y audaces.
En el caso de
Bartimeo el ciego, en Marcos 10:46-52, vemos esos tres elementos de pasión,
acción y petición claramente ilustrados. Cuando Bartimeo oye que Jesús está
pasando cerca de él, instintivamente sabe que tendrá una sola oportunidad para
recibir el milagro que tan desesperadamente necesita. Todo el dolor que ha
acumulado durante décadas de ceguera y miseria se vierte en un grito de
apasionada petición al Señor: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
En ese momento, a Bartimeo no le importan las recriminaciones ni las críticas
de la gente. No le importa que esté haciendo el ridículo gritándole como un
loco a un Jesús que al principio no parece hacerle caso. Sólo se deja guiar por
su pasión, su ardiente deseo de escapar su triste condición de mendigo y de
ciego. Esto lo lleva a una acción desesperada, a violar todas las reglas de la
etiqueta y la decencia, a gritar hasta ser escuchado, e imponerse sobre la
agenda de Jesús a pesar de las reprensiones de los discípulos, quienes lo
mandaban insistentemente a callarse.
Cuando el Señor se detiene y lo manda a llamar,
motivado por la acción persistente y atrevida de Bartimeo, le hace una pregunta
intrigante: “¿Qué quieres que te haga?” ¿Por qué le hace esa pregunta
innecesaria? ¡Es evidente que lo que Bartimeo necesita es recibir la vista! A
Dios le gusta escuchar nuestras peticiones verbalizadas, declaradas en forma
clara y específica, nacidas de un corazón que las ha incubado y acendrado a
través del tiempo, que las ha ido concentrando y reduciendo por medio de la
repetición y el cultivo hasta llevarlas al punto de convertirlas en una
piedrecita lisa, súper concentrada y ultra densa. Cuando le presentamos al
Señor ese humilde pero poderoso producto de nuestras lágrimas y desvelos,
instantáneamente este suscita la reacción positiva de parte del cielo. Bartimeo
le contesta al Señor sin titubear: “Maestro, que recobre la vista”. Cinco
palabras. Pero más que suficiente para provocar la respuesta ansiada de parte
de Jesús: “Vete, tu fe te ha salvado”. Dice la palabra que “En seguida recobró
la vista, y seguía a Jesús en el camino”.
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