“EL HOMBRE DEL LADRILLO”
Un
cuento con una excelente moraleja
Fuente:
Daniel
recursosdeautoayuda.com
Este
cuento nos habla sobre cómo proteger a los demás de nuestra propia agresividad.
Es un mecanismo interno que tenemos por el cual nuestra agresividad se detiene
justo antes de que afecte a otra persona.
Había
una vez un extraño hombre que iba por el mundo con un ladrillo en la mano.
Había decidido que cada vez que alguien lo molestara hasta hacerlo rabiar le
daría un ladrillazo. El método era un poco primitivo pero sonaba bastante
efectista ¿verdad?
Sucedió
que se cruzó con un amigo muy prepotente que le habló con malos modos.
Fiel a
su decisión, el hombre agarró su ladrillo y se lo tiró. No recuerdo si le
alcanzó o no pero el caso es que, después, ir a buscar el ladrillo le resultó
bastante incómodo.
Decidió
mejorar el sistema de auto preservación del ladrillo, como él lo llamaba. Ató
el ladrillo a un cordel de 1 metro y salió a la calle. Esto permitía que el
ladrillo nunca se alejara demasiado. Pronto comprobó que el nuevo método
también tenía sus problemas.
Por
un lado, la persona destinataria de su hostilidad tenía que estar a menos de 1
metro y, por otro, después de arrojar el ladrillo tenía que tomarse la molestia
de recoger el hilo que, además, muchas veces se liaba y enredaba con la
consiguiente incomodidad.
Entonces
el hombre inventó un nuevo sistema: El sistema ladrillo 3, el protagonista
seguía siendo el mismo ladrillo pero este sistema en vez de llevar un cordel
llevaba un resorte. Ahora, el ladrillo podía lanzarse una y otra vez y
regresaría solo. Así lo pensó el hombre.
Al
salir a la calle y recibir la primera agresión tiró el ladrillo. Erró y no pegó
en su objetivo porque al actuar el resorte, el ladrillo regresó y fue a dar
justo en la cabeza del hombre. Lo volvió a intentar y se dio un 2º ladrillazo
por medir mal la distancia.
El 3º por arrojar el ladrillo a destiempo. El 4º
fue muy particular porque tras decidir darle un ladrillazo a la víctima quiso
protegerla al mismo tiempo de su agresión y el ladrillo fue a dar de nuevo en
su cabeza. El chichón que se hizo era enorme.
Nunca
se supo por qué no llegó jamás a pegar un ladrillazo a nadie si por los golpes
recibidos o por alguna deformación de su ánimo.
Sea
como fuere, todos los golpes que tiró, siempre, fueron para él mismo.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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