EL
DESAFÍO DE CRECER VENCIENDO AL ENEMIGO ESPIRITUAL
Revístanse con toda la armadura de Dios para que
puedan estar firmes contra las insidias del diablo. Efesios
6:11
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Encomienda al SEÑOR tu camino; Confía en El, que
El actuará. Salmos 37:5
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Un cristiano, en cualquiera de sus
estaciones de crecimiento, no debería dudar nunca de que vivimos bajo el
bombardeo constante y los efectos permanentes de la guerra espiritual. Desde
Adán hasta Cristo y de Cristo hasta hoy, esta guerra ha cobrado más millones de
víctimas que las generadas por las beligerancias mundiales y las
conflagraciones que deterioran el mundo por estos días. Es una guerra sucia,
despiadada, sin cuartel: no se gana con artefactos bélicos hechos con manos de
hombre, ni con pericia militar alguna. La guerra espiritual se gana con las
armas invisibles que nosotros no inventamos, sino Dios.
¿Quién no se ha contemplado inmerso en
una de ellas? ¿O acaso no nos hemos visto a nosotros mismos entre los heridos
maltrechos en el campo de batalla? La guerra espiritual es la guerra de la
muerte si decidimos voluntariamente correr la carrera de la fe tan sólo con
alpargatas dominicales, bien ungida de prédicas y tiernas aleluyas, pero
desconociendo las armas que hemos heredado para combatirla. La otra opción es
luchar, hacerle la guerra a nuestra ignorancia, llenarnos cada día de Su
conocimiento y amor y proponernos crecer hasta subirnos al palanquín de la
victoria vistiéndonos con la armadura de Dios. El enemigo nos declara la guerra
desde que estiramos el alma y el corazón para que allí habite y señoree el
Señor de Señores.
Conocemos quién es el diablo, pero nos
llevaría una eternidad saber cómo se las ingenia para armar sus artimañas y
hacer caer el cristiano. Cuestión de oficio y de tiempo invertido en la
perversa labor. Un refrán popular dice que la guerra avisada no mata soldados,
pero en el caso del cristiano que subestima la guerra espiritual, incluso, las
consecuencias, pueden ser peores. Pablo le decía a los hermanos de Éfeso:
“Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra
autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra
fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales” (Ef. 6:12).
La madurez cristiana se sustenta en el
crecimiento espiritual constante que se logra caminando en el Espíritu, en la
búsqueda permanente de sabiduría de lo alto, no en la exhibición de nuestras
aptitudes humanas para hacernos valer en un mundo donde el valor está marcado
por lo material, sino en la actitud del corazón. ¡Sin embargo, en la medida que
conozcamos también al enemigo, sus tácticas y estrategias, su manera de obrar
en la mente redimida, sus trampas tentadoras, engañosas y sucias, seremos más
auténticos en nuestro crecimiento y más llenos de bendición! Una de las más
efectivas maneras que usa el enemigo de las almas para lograr sus propósitos,
es sembrar en nuestras mentes la idea de que no necesitamos desarrollarnos
espiritualmente.
Nuestra ignorancia en el conocimiento
de Dios es la brecha que dejamos abierta a las potestades de las tinieblas para
que se cuele en el alma la incertidumbre, la inseguridad, la ansiedad, la
depresión, y el sentimiento de que no aún debemos hacer algo extra para ser
aceptados por el Señor. Aun conociendo las Escrituras; sangrando todavía
nuestra carne la cruel y despiadada mordida del pecado, somos capaces de
embarcamos en aventuras soeces, ¿cómo podemos ser tan livianos de Espíritu al
descuidar nuestro desarrollo espiritual, como si los conocimientos nos cayeran
del cielo o se adquirieran por ósmosis; o peor, creyendo ser cristianos maduros
en cuanto a conocimientos, llevarlos como un estandarte intelectual que de nada
sirve si no los ponemos en práctica? ¿Y qué del estudio de la Palabra, de la
intimidad con Dios en oración?
Podemos y debemos aprender a crecer,
incluso a través de los ataques del enemigo espiritual. ¿Recuerdan a Jesús
cuando fue llevado por el diablo al desierto para ser tentado? El maligno no se
creyó del todo lo de los 40 días de ayuno del Señor y se hizo ilusiones basadas
en las supuestas debilidades propias de la condición humana de aquel carpintero
de Nazaret que decía ser el Hijo del Hombre. El apóstol Pedro nos recuerda: “Su
enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 P 5:8).
Con
este telón de fondo debemos proponernos no caer, pero si caemos por causa de
tentaciones o por nuestras debilidades, encontrar las maneras de levantarnos en
el Señor y continuar creciendo hasta llegar a la meta. El crecimiento a través
de los tropiezos causados por el enemigo de las almas permitirá que estemos
cada día más preparados para el día malo (Ef. 6:13). Recuerde que el enemigo –
sin subestimarlo - tiene sus límites.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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