¡DIOS
ES DIOS!
El reino de
Dios está aquí y ahora, aunque escondido a los ojos de la mayoría. Pero ese
reino, en toda su perfección y esplendor, llegará pronto y llenará el universo
“como las aguas cubren el mar
¡Dios es
Dios!: aquí nuestro punto de partida. Todo lo concerniente al reino de Dios
está basado en esta verdad, el tema central de toda la Biblia. “En el principio
Dios…; y dijo Dios…; e hizo Dios…; y llamó Dios…; y fue así” (Génesis, capítulo
1). “Yo soy el que soy” (Éxodo 3. 14). “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos
los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y
mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55.8-9).
“Yo soy el
Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha
de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1.8). “¡Oh profundidad de las riquezas
de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién
fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?
Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por
los siglos. Amén” (Romanos 11.33-36).
Para
comprender cómo Dios se relaciona con el hombre y con el universo, es
imprescindible comprender a Dios aparte de su relación con lo creado.
Comprender a Dios -hasta donde lo podemos imaginar- en un vacío, antes de que
existiera nada de lo que vemos y palpamos. Porque sólo cuando comenzamos a
pensar en Dios fuera de las dimensiones del tiempo y espacio -sólo cuando nos
sentimos pasmados y confusos frente a lo que nuestra mente humana no puede
captar -, nos daremos cuenta, hasta cierto punto, de quién es Dios.
Como
hombres, es imposible entrar en las dimensiones de Dios, y dificilísimo
intentarlo siquiera. Siempre concebimos a Dios en términos nuestros, un
superhombre que trasciende nuestras barreras, pero no un Ser que en absoluto se
rige por ellas, un Ser para quien el tiempo y el espacio no existen excepto
como herramientas que utiliza en relación con su universo. Siempre nos
expresamos en términos del pasado, presente y futuro, en términos del más acá y
más allá.
El
pensamiento teológico siempre quiere meter a Dios dentro de definiciones y
esquemas. Y en la práctica de la vida cristiana, insistimos en que quepa dentro
de nuestras ideologías y programas. Nuestro antropocentrismo y egocentrismo lo
quieren encasillar a toda costa. En lugar de dejarnos abiertos a que
Dios se nos revele, hacemos lo imposible por crearlo a nuestra imagen. Como
cristianos, automáticamente suponemos que lo divino debe identificarse con lo
nuestro: pensamientos e ideas, sentimientos y emociones, deseos y metas,
alegrías y tristezas.
Las
polémicas y frustraciones más grandes en nuestro pensar teológico -el misterio
de la Trinidad, la deidad y la humanidad de Jesucristo, la soberana
elección de Dios y el libre albedrío del hombre- nacen
del deseo de encerrar a Dios dentro del marco nuestro.
Pregunta un escritor: “¿El amarillo es cuadrado o redondo? ¿El verde es pesado
o liviano? Estoy convencido de que la mayoría de nuestras preguntas acerca de
Dios son así de absurdas. No es que no sepamos las respuestas. Es que no
sabemos las preguntas”.
Dios es
categórico y absoluto. Hace lo que quiera, con quien quiera, cuando quiera y
donde quiera. No está obligado a dar razón a nadie de qué hace ni por qué, y
nadie tiene derecho de cuestionárselo. No lo conocemos en términos de nada ni
de nadie, pero todo se conoce en relación con él. Dios es amor, no el amor es
Dios. Dios es santidad, justicia y misericordia, y estas propiedades se
conocen solamente de acuerdo con la definición que les da el carácter de Dios.
Por
definición, Dios no necesita de nadie ni debe nada a nadie. Sus únicas
limitaciones son las de su propio carácter. Es el iniciador, el punto de
partida y el fin de todo. Si fuera hombre, le acusaríamos de egoísta. Pero el
egoísmo es colocarnos en el lugar que no nos corresponda, y querer que todo
gire en derredor nuestro. Con Dios, no hay lugar que no le corresponda, y,
como centro del universo, todo gira alrededor de él.
Dios actúa
siempre de acuerdo con su carácter: amor, justicia, santidad, misericordia.
Bendice a toda la humanidad -”hace salir su sol sobre malos y buenos, y…hace
llover sobre justos e injustos”-. Por su propio carácter, obra siempre de pura
gracia. A los que nos hemos puesto bajo su soberanía, nos colma de las
bendiciones especiales que tiene reservadas para sus hijos. Somos siervos del
Rey, amigos del Rey e hijos del Rey.
El universo
responde a esta soberanía absoluta, y toda la humanidad responderá un día,
quiera o no quiera. El primer capítulo del Evangelio según San Juan nos dice
que Dios, en Jesucristo, vino a lo que había creado, y que sus criaturas, en su
gran mayoría, no lo quisieron recibir. Pero a los que sí lo recibimos, nos da
poder de ser hechos hijos de Dios, de estar absorbidos eternamente dentro de su
soberanía. En las palabras del Catecismo de Westminster: “El fin principal
del hombre es glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Dios nos envuelve
dentro de sus planes para el universo, para los cuales fuimos destinados por la
creación y pre-destinados por la redención. Y todo culminará en la gloriosa
escena pintada en el Apocalipsis: “El trono de Dios y del Cordero estará en
ella (la ciudad celestial), y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su
nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de
luz de lámpara, ni de luz de sol, porque Dios su Señor los iluminará, y
reinarán por los siglos de los siglos”.
No nos
equivoquemos. Dios está en su trono, y jamás lo ha abandonado. Nada se mueve
que no sea por su voluntad. Aunque nos resulte difícil de aceptar, hasta
Satanás actúa y el mal sigue existiendo sólo porque Dios lo permite (como vemos
en el caso de Job). Pero un día Dios dirá: “¡Basta!”, y empezará a reinar a
ojos no solamente de sus escogidos, como ahora, sino de todo el universo. La
idea de que hay una lucha cósmica entre el bien y el mal, en la cual está en
duda quién saldrá victorioso, es totalmente ajena a la Palabra de Dios. Dios
hizo, Dios mantiene, Dios ordena, Dios permite y Dios perfeccionará todo en la
segunda venida de Jesucristo. Mientras tanto, Satanás reina en la tierra y en
la vida de la mayoría de los hombres. Pero lo hace bajo la mano soberana de
Dios.
El reino de
Dios está aquí y ahora, aunque escondido de los ojos de la mayoría. Pero ese
reino, en toda su perfección y resplandor, llegará pronto, y llenará el
universo “como las aguas cubren el mar”. Exclamamos con Juan el apóstol: “Amen;
sí, ven Señor Jesús”. ¡Dios es Dios!
Recibe una Bendición y
un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano "Cristo es la Puerta"