EL
DESAFÍO DE CRECER A TRAVÉS DE LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA
Si saben que Él es justo, saben también que todo
el que hace justicia es nacido de Él. 1 Juan
2:29
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Continúa Tu misericordia para con los que Te
conocen, Y Tu justicia para con los rectos de corazón. Salmos
36:10
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Si nos detenemos a pensar por un
instante que por la fe en Jesucristo, Dios nos ha declarado justos delante de
sus ojos, nos parece inverosímil que el amor de Dios pueda ser tan
extraordinario. ¿Cómo es posible- se preguntan los incrédulos – que este Dios
sea capaz de perdonar toda la maldad practicada y cometida anterior al
encuentro con su Hijo, por medio de la fe? ¿En verdad es suficiente nuestra fe
en Cristo para ser justificados – es decir declarados no culpables de nuestras
transgresiones- a pesar de nuestra actitud muchas veces delictiva y pecaminosa,
aun intentando practicar un cristianismo consagrado y sincero? Tenemos muchos
motivos para alabar a Dios, pero esto de declararnos justos y no estar
condenados por nuestras culpas y rebeliones, merece una alabanza especial. La
revelación de esta verdad le confiere a nuestra vida cristiana un soplo
adicional de esperanza en aquél que Dios hizo responsable de todos los pecados
de la humanidad – incluidos los nuestros-. ¿Cómo el hombre ha podido ignorar
durante siglos esta manifestación extraordinaria del amor de Dios?
El hecho de que Dios haya perdonado
nuestros pecados en su misericordia, no nos da crédito vitalicio para gozar de
sus favores, ignorando que también Él manifiesta su amor hacia nosotros al
aplicar justas recetas disciplinarias para hacernos mejores y recordarnos así,
que Él es el Señor y no nosotros de nosotros mismo.
Merecíamos la muerte por nuestros
pecados, pero Dios fue justo y por la fe que demostramos tener en Jesús, Él nos
justificó delante del Padre. El mérito es de Cristo, no de nosotros, ni de nuestras
buenas obras y actitudes como respuesta a la fe. La respuesta a la
justificación es la obediencia; no debemos descuidar y apreciar con temor y
temblor la inmensa salvación que Jesús nos regaló a costa de su muerte. Es la
justicia de Jesucristo la que nos hace justos delante del Padre, fue su
misericordia por haber creído en el Salvador del mundo. Fue su gracia.
En su carta a los Romanos, Pablo nos
dice: “…los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia
reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo” (Ro 5:17). Y completa
esta increíble reflexión doctrinal con una sentencia por la que podríamos
saltar de gozo: “…por la obediencia de uno solo - Cristo- muchos serán
constituidos justos” (Ro 5:19 énfasis del autor).
Ahora bien, ¿a qué nos debe mover esa
justificación con relación al prójimo? Pues a la práctica de la justicia, a la
comisión de la misericordia, a buscar más del Señor. “¡Siembren para ustedes
justicia! ¡Cosechen el fruto del amor, y pónganse a labrar el barbecho! ¡Ya es
tiempo de buscar al Señor!, hasta que él venga y les envíe lluvias de justicia”
(Ose 10.12)
Las obras y las acciones de justicia
que podamos hacer no son esencialmente méritos que aprovechan para presentarnos
delante de Dios como hacedores de su Palabra, sino el reconocimiento de que
Jesús es justo y que al estar en Cristo, su justicia nos pertenece por la
gracia de Dios. Sólo entonces Él mueve nuestro corazón a la misericordia hacia
los demás. La práctica de la justicia y misericordia fundada en Cristo, se
convierte doblemente en una bendición que enriquece nuestra vida espiritual y
nos hace crecer. El apóstol Juan nos lo dice con palabras divinas: “Si
reconocen que Jesucristo es justo, reconozcan también que todo el que practica
la justicia ha nacido de él” (1 Jn 2.29). Esta es palabra con filo.
La justicia que heredamos de Cristo
como un don especial, nos debe mover a la misericordia. Es un fruto que se
siembra y que produce gozo. El Evangelio en pleno nos alienta a la práctica de
la justicia y de la misericordia como actitud del corazón y más allá; resultado
de la gracia que recibimos y que también debemos compartir. En este sentido
también podemos crecer espiritualmente. Santiago nos exhorta: “En fin, el fruto
de la justicia se siembra en paz para
los que hacen la paz” (Stg 3.18). Casi 800 años antes el profeta Isaías ya
sostenía una semblanza bien parecida a las palabras de Santiago: “El producto
de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto”
(Is 32:17). Palabra con doble filo.
La misericordia tiene que ver con el
amor. Es el sentimiento que brota desde el corazón de Dios e irrumpe, vestido
de justicia y compasión, hasta adentrarse en la miseria humana, restaurándola
con el bálsamo de su pasión. David alababa al Señor: “Justicia y juicio son el
cimiento de tu trono; Misericordia y verdad van delante de tu rostro” (Sal
89.14). ¿Acaso no son la justicia y la misericordia muestras de la eterna
fidelidad de Dios?
Fuimos
justificados por la fe en Jesús. Y la bendición de habernos hecho justos
delante de Dios, nos desafía a crecer en justicia y misericordia para con los
demás. Es, para el gozo del cristiano, una respuesta en gratitud a la Salvación
que obtuvimos por gracia y vivir desde entonces en el Espíritu. “porque el reino
de Dios…es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Ro 14.17)
Recibe una Bendición y
un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano
“Cristo es la Puerta”
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