viernes, 19 de julio de 2013

Amárrate a tu confesión.

AMÁRRATE A TU CONFESIÓN

En verdad les digo, que todo lo que ustedes aten en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo. Mateo 18:18
Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de Jerusalén, en la casa del SEÑOR, delante del atrio nuevo, y dijo: Oh SEÑOR, Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos? ¿Y no gobiernas tú sobre todos los reinos de las naciones?... 2 Crónicas 20:5

Confrontado con la mayor crisis militar de todo su reinado, el rey Josafat no sólo tomó tiempo para orar y clamar al Señor, sino que se comprometió pública y visiblemente a buscar y esperar una respuesta de parte de Dios.
Cuando el rey Josafat mandó a toda la nación a orar y a ayunar, se estaba amarrando a su dependencia de la ayuda divina. ¡Estaba comprometiéndose pública y espiritualmente! Estaba diciendo, “Yo creo en el poder de la oración. Creo en el Dios que ha prometido intervenir a favor de su pueblo el día en que clamemos a Él. Y creo lo suficiente como para convocar a toda la nación y comprometer nuestra fe públicamente”. Josafat se estaba tomando un gran riesgo al hacer esto. Estaba, en un sentido, poniendo a prueba en una forma definitiva e irrevocable todo el sistema religioso que fundamentaba la nación de Israel.
¿Cuántas veces muchos de nosotros hemos decidido no orar públicamente sobre un asunto por temor de fracasar y quedar mal ante los demás? ¡Seamos honestos! Ese tipo de omisión, nacida de una actitud defensiva y falta de fe, representa una sutil expectativa de derrota que le roba poder a nuestras oraciones. Cuando le dejamos saber a los demás que estamos orando sobre un asunto específico, establecemos un compromiso espiritual que le añade poder y peso a nuestras oraciones. Al verbalizar nuestras peticiones en una forma pública, esto constituye un acto profético, una declaración de fe que desata el poder de Dios y vigoriza nuestra oración.
Evidentemente, esto no se aplica a ocasiones en que el Espíritu mismo nos dirige a reservar en privado ciertas peticiones íntimas que sólo en un momento posterior, o quizás nunca, sean compartidas con la gente alrededor nuestro. Pero por lo general, la externalización de nuestras peticiones y decisiones espirituales representa una declaración de guerra a los principados que pretenden agobiarnos, y una fuerte declaración de confianza en la fidelidad de Dios.
 “¡Comprométanse! Amárrense a sus metas espirituales. Declárenlas. Compártanlas con dos o tres personas que crean y recuerden lo que ustedes han declarado”. Hay un momento para cultivar las visiones de Dios en silencio, en quietud y privacidad. Pero también llega el tiempo para anunciar la visión, para declararla, y profetizarla (Hab 2:2). De esa forma, uno queda comprometido y atado a su declaración de fe, y resulta más difícil echar para atrás y abandonar el campo de batalla prematuramente cuando la cosa se ponga dura y difícil.

Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”


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