EL
DESAFÍO DE CRECER CON EL USO CORRECTO DE LA LENGUA
El que quiera amar la vida, y ver días buenos,
refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño.
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El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma
de angustias.
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Siempre he admirado a las personas que
se expresan bien y que son delicadas y prudentes a la hora de emitir cualquier
opinión y dar algún juicio.
Conocí a la pastora Lesdia Núñez una
mañana de marzo del año 2005 y lo primero que me llamó la atención de ella fue
su manera cadenciosa y dulce al hablar. Como Lesdia era una humilde sierva de
Dios desde muy joven y ya estaba rondando los 70 años, no me era de extrañar la
manera tan dócil, y a la vez convincente, con que manejaba su elocuencia.
Siempre hablábamos del mismo tema: Cristo, en toda su plenitud. De Lesdia, ya
en la presencia del Señor, guardo algunos de sus idearios y pensamientos, pero
hay uno que le hace honor y que parece haber salido de una de las predicaciones
de Spurgeon: “Los hijos del Rey deberían hablar siempre el lenguaje de la
corte”. ¿No es hermoso? ¿No es una bella exhortación al cuerpo de Cristo a
tratarnos mutuamente con palabras que edifiquen y evitar proferir argumentos y
murmuraciones que lo destruyan?
La murmuración y la irresponsabilidad
al hablar en la iglesia (y fuera de ella) han causado mucho sufrimiento,
división y amargura en el pueblo de Dios. Las emociones humanas nos ponen
trampas, nos engañan; queriendo evitar los desenfrenos de la lengua, le
soltamos las riendas y las pasiones se desencadenan hasta mancillar el honor y
la integridad de un hermano, lesionar su testimonio sin razones aparentes y lo
más triste: ultrajamos también el nuestro escudándonos en una religiosidad
inconsistente y escondiéndonos de la presencia de Dios con una mano en el
corazón y la otra en el delantal hecho de hojitas de higuera. ¡Cómo si Él no
fuera capaz de ver nuestra desnudez espiritual a causa del pecado arrasador!
Y es que la lengua, la misma que
bendice y consuela, que exhorta para bien y que imparte alegrías y esperanzas,
se sale del carril por donde transita victoriosa la gracia de Dios, y al no
ponerle el freno a su tiempo, derrumba supuestas intenciones nobles del corazón
y convierte al cristiano en un meñique sin motivación para el crecimiento. “La
boca del necio es su perdición; sus labios son para él una trampa mortal” (Pr
18:7).
El apóstol Santiago destroza toda
esperanza para los que pretenden escapar del buen juicio de Dios: “Si alguien
se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su
religión no sirve para nada” (St. 1: 26). ¡Gracias Santiago, por el
recordatorio!
El lenguaje de la corte (que es el
pueblo de Dios, cuerpo y esposa de Cristo), debe estar sazonado de la gracia de
Dios y ser consistente con las convicciones que defendemos en nuestro diario
vivir. Es muy triste cuando nos damos cuenta que hay hermanos o hermanas cuyas
palabras no son el verdadero reflejo de su vida práctica. Dicen una cosa y
hacen otra. Advierten contra los murmuradores y el mal uso de la lengua, y son
los primeros dispuestos a provocar peleas por la prontitud inmadura de sus
bocas. “Los labios del necio son causa de contienda; su boca incita a la riña”
(Pr 18: 6)
Jesús nos ha dejado un pasaje tremendo
en el Evangelio que debiéramos atesorar respecto al tema que estamos tratando.
Al dirigirse a los fariseos en una de aquellas encerronas que intentaron
hacerle al Maestro, les dijo: “Camada de víboras, ¿cómo pueden ustedes que son
malos decir algo bueno? De la abundancia del corazón habla la boca” Mt 12:34,
énfasis del autor). Es como para temblar cuando reflexionamos sobre estas
últimas palabras. Los dos versículos siguientes no son de desperdiciar en este
contexto; dice el Señor que en el día del juicio cada uno de nosotros tendremos
que dar cuenta de toda palabra ociosa mal dicha, pronunciada según la carne
para hacer el mal y no el bien. ¿Hay algo más ocioso que el chisme y la
murmuración?
Ahora bien, la moneda tiene dos caras,
gracias a Dios. Nuestra lengua, nuestro decir debe ser un torrente de paz y de
armonía para con los hombres (cristianos o no), nuestro hablar debe destilar el
néctar delicioso de la gracia de Dios en nuestras vidas. ¿No abunda Él en
nuestros corazones?
El apóstol Pablo le escribía a los
colosenses “Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto” (Col 4.6a).
En versión de RV 60: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con
sal”.
A
menudo enfrentamos dificultades con los problemas causados por la lengua aun en
nuestras iglesias (ninguna es perfecta). Lo más cómodo es echarle siempre la
culpa al maligno de nuestras propias debilidades y seguir escondiéndonos como
Adán en el huerto del Edén. La respuesta al llamado de nuestro Señor, a la
obediencia a su palabra de verdad, es el fundamento que nos hace crecer. Es
grande el desafío de crecer refrenando nuestra lengua de hablar el mal y lo que
destruye y no edifica. Sólo el Espíritu nos puede ayudar en esta lucha interna.
Pidámosle al Señor que Él nos ayude y nos dé victoria contra este extendido
mal. Digamos como el salmista: “Con mi lengua proclamaré tu justicia, y todo el
día te alabaré” (Salmo 35:28).
Recibe una Bendición y
un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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