UNA VEZ POR AÑO
Extracto del libro: “Desafíos Para Jóvenes y
Adolescentes: Éxodo/Levítico”
Por Edgardo Tosoni
Eran muchas las fiestas importantes y los días
especiales que celebraban los israelitas a lo largo del año, pero había un día
que se destacaba por encima de los demás. Se lo conocía como “el día de la Expiación”.
Expiación significa que tú y yo merecemos el castigo y el enojo de Dios
porque lo ofendimos con nuestros pecados, pero Él entregó a su Hijo Jesús a la
muerte por nosotros para darnos perdón, quitar la culpa y sentirse Él mismo
satisfecho al solucionar nuestro problema.
Aarón, el sumo sacerdote y hermano de Moisés, tenía que hacer expiación
por él mismo, por su propia casa y por todo el pueblo. En ese día todos los
pecados y rebeldías del pueblo eran perdonados. Para esto, Aarón, debía entrar
al Lugar Santísimo con la sangre de los animales sacrificados y ofrecerla
delante de Dios junto con perfumes aromáticos. Por esa sangre los pecados eran
perdonados y Dios quedaba complacido.
Al lugar Santísimo, donde el Espíritu de Dios habitaba, solamente podía
entrar el Sumo Sacerdote en ese día y una sola vez por año. Cualquier otra
persona que quisiera entrar inmediatamente moriría. ¿Te imaginas por qué?
La razón es muy simple: todos somos pecadores y
Dios no tolera el pecado. Él es
Santo.
Santo significa que, además de no haber pecado en Él, está alejado de
todo lo inmundo y pecaminoso. Por este motivo, el Sumo Sacerdote antes de
entrar en aquel lugar tenía que ofrecer un sacrificio por sus propios pecados
para purificarse. Y luego vestir sus ropas santas para estar en la presencia de
Dios.
Hoy es diferente para nosotros aunque Dios sea el mismo. No necesitamos
seguir aquel ritual judío. ¿Sabes por qué? Porque vino Cristo al mundo y todo
cambió. Él se ofreció en la cruz como sacrificio y derramó su sangre una sola
vez y para siempre. Su sangre derramada satisface completamente a Dios. No
necesitamos sacrificar animales, ni realizar ritos, ni vestirnos de una manera
determinada para estar delante de Dios. Por medio de Jesús podemos acercarnos a
Dios tal como somos ¡y siempre!, a cualquier hora y desde cualquier lugar. No
tenemos que tener miedo de Él, porque cuando nos mira ve en nosotros la vida
perfecta de Jesús a pesar de que conoce nuestras imperfecciones y debilidades.
Pídele a Él que su sangre te limpie.
Aun así, Dios sigue odiando y enojándose contra el pecado tanto como
antes. Para Dios el pecado no cambia y las conductas pecaminosas no mejoran.
Para Él el pecado no es algo cultural que se acepte o se rechace según cómo
evolucione la sociedad. No depende de las modas ni de los criterios políticos o
filosóficos que tienden a legalizar todo aquello que no pueden solucionar. Para
Dios lo que antes era pecado, hoy también lo es y lo que antes era maldad,
también lo es ahora. Y Él todavía disciplina al que no se arrepiente
auténticamente de ellos.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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