«MÁS QUE VENCEDORES»
Fuente:
José M. Martínez
Pensamientocristiano.net
Un
himno inspirado e inspirador
«Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es,
a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a
éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que
justificó, a éstos también glorificó.»
(Ro.
8:28-30)
Lo
que precede y lo que sigue en este pasaje no es una doctrina esotérica. Es algo
que «sabemos», pese a que profundiza en temas doctrinales de singular
trascendencia, en primer lugar la cuestión de la providencia de Dios y el Dios
de la providencia. En la afirmación del Ro. 8:28 infinidad de creyentes han
hallado una mina de consuelo y aliento. Este versículo podría ser interpretado
en el sentido de que todas las cosas se mueven y actúan en favor de quienes
aman a Dios como si fuesen ángeles buenos que, con una personalidad bondadosa,
deciden proteger a los hijos de Dios. Probablemente pocos creyentes asumirían
esta elucidación. En realidad no son las «cosas» las que cooperan para el bien
de los santos. Es Dios el que dispone y usa las cosas para beneficiar a los que
le aman. Nos gusta la versión de la Biblia de Jerusalén cuando ofrece la
siguiente traducción: «Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien
de los que le aman». Resumimos: La providencia de Dios sólo podemos
comprenderla adecuadamente si la contemplamos a la luz del Dios de la
providencia.
Detalle
a destacar es que son todas las cosas las sometidas a los agentes
providenciales. No sólo las que alegran y estimulan, sino también las dolorosas
o desalentadoras; no sólo las que entendemos, sino igualmente las que no
llegamos a comprender. « ¡Todas...!»
El
versículo que estamos comentando concluye con una aclaración importante: los
que aman a Dios y son por él asistidos son «llamados por Dios conforme a su
propósito». Todo lo que concierne a nuestra salvación, desde el principio hasta
el fin, está ordenado de acuerdo con un plan divino eterno. Nuestra salvación,
desde el principio hasta el fin, es obra suya, fruto de su gracia.
En
Ro. 8:29-30 se nos abre majestuosamente el proceso de la salvación. Mediante
cuatro frases difícilmente sondables, pero riquísimas en contenido teológico:
«A
los que antes conoció también los predestinó.»
«A
los que predestinó, a éstos también llamó.»
«A
los que llamó, a éstos también justificó.»
«A
los que justificó, a éstos también glorificó.»
En
ese proceso aparecen primeramente los beneficiarios de la salvación como
aquellos a los que Dios conoció. Ese «conocimiento» se remonta al pasado
eterno, cuando se determinó y configuró el «propósito» de Dios. No es un simple
conocimiento previo de lo que ha de acontecer como corresponde al Dios
omnisciente; es una predisposición amorosa hacia seres que van a ser hechos
imagen de su Hijo amado, quien a su vez es imagen de Dios. Con su
pre-conocimiento Dios reconoce y acepta a quienes, por la fe, están en Cristo.
En
segundo lugar: los conocidos son predestinados. Esta palabra, objeto de
encendidas controversias, no debería nunca ser estudiada aisladamente. En el
Nuevo Testamento, por lo general, aparece seguida de la preposición «a» o
«para». La soberanía de Dios siempre aparece en relación con él mismo, con su
Hijo Jesucristo o con una finalidad determinada. En el texto de Ro. 8:29
leemos: «A los que antes conoció los predestinó para que fuesen hechos conforme
a la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito entre muchos
hermanos». La Biblia de Jerusalén presenta una versión igualmente iluminadora:
«...los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo». Difícilmente podríamos
imaginar un destino más digno: ser hechos hermanos del unigénito Hijo de Dios.
Seguidamente
vemos que los predestinados son llamados. Se trata del llamamiento a la fe y al
servicio; otra faceta del honor que en Cristo nos es otorgado.
El
cuarto eslabón de la cadena es la justificación, tema amplia y profundamente
tratado por Pablo en esta epístola a los romanos y en otros escritos del Nuevo
Testamento. Partiendo de la pecaminosidad del ser humano y de su incapacidad
para salvarse por propios méritos; nadie puede justificarse delante de Dios.
Pero lo que nadie puede lograr por propio esfuerzo moral, Dios lo realiza en
virtud de la obra expiatoria de Cristo (Ro. 3:21-28; Ro. 5:1), por la fe (Ef.
2:8-10). La conclusión es que, por la fe, el hombre anteriormente injusto es
declarado justo, recubierto de la justicia de Cristo.
Finalmente,
«a los que justificó, a éstos también glorificó». El proceso de la salvación
llega a su fin. El propósito de Dios, que tuvo su origen antes de la creación,
ha ido cumpliéndose en el transcurrir del tiempo para llegar a su fin. Se
extiende de eternidad a eternidad.
Puede
llamar la atención el hecho de que en el texto bíblico la afirmación («a éstos
también glorificó») aparece en futuro, mientras que las anteriores están en
aoristo (pretérito). Quizá Pablo está usando el «pasado profético» hebreo, mediante
el cual se presenta como cumplido algo que se hará real en el futuro. «Desde el
punto de vista histórico, el pueblo de Dios no ha sido aún glorificado; pero en
la perspectiva del decreto divino su gloria ha sido determinada desde la
eternidad» (F. F. Bruce).
Por
otro lado, se puede notar que en la cadena de afirmaciones parece observarse
una omisión importante: entre la justificación y la glorificación no se
menciona la santificación, esencial en el propósito divino. No obstante, la
omisión quizás es más aparente que real. En su segunda carta a los Corintios,
Pablo indica que, «mirando a cara descubierta la gloria del Señor, vamos siendo
transformados de gloria en gloria a la misma imagen...» (2 Co. 3:18). Una
declaración semejante hace el apóstol en su carta a los Colosenses (Col. 3:10).
Resumiendo
la enseñanza bíblica podemos decir que, en un sentido limitado, la
glorificación del creyente ha comenzado ya, aunque todavía ensombrecida por
muchas imperfecciones. Pero la plenitud de la glorificación sólo se manifestará
en el día de Jesucristo, cuando seremos hechos partícipes de su gloria. Ya
hemos leído Ro. 8:17. Y en Col. 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se
manifieste, también vosotros seréis manifestados juntamente con él en gloria»,
la gloria de su exaltación por el Padre (Fil. 2:9-11), la gloria de su poder de
resurrección por el cual los santos en Cristo disfrutarán de «cuerpos
celestiales», espirituales, capacitados para vivir santamente. La manifestación
de Cristo en su segunda venida producirá una gran transformación en el cuerpo
de los redimidos: en vez de corrupción, incorrupción; en vez de mortalidad,
inmortalidad; en vez de herencia adamita, transformación a semejanza perfecta
del nuevo Adán, Cristo (1 Co. 15:45-57). Entonces el dolor y las lágrimas serán
sustituidos por una nueva experiencia en el tabernáculo de Dios: la antigua
creación dará lugar a «cielos nuevos y tierra nueva». Entonces «ya no habrá
muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron»
(Ap. 21:4). La historia de la salvación, alcanzado su eslabón final, marcará el
principio de una etapa nueva en el marco de una nueva eternidad.
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Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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