EL
CUADERNO ROJO
Por: Jeannette M. Sanlley (JeanMarie)
El cartero le extendió el telegrama. José Roberto le agradeció y, mientras lo abría, una profunda arruga surco su frente. Una expresión de sorpresa más que de dolor.
Palabras
breves y precisas:
“Tu padre
falleció. Entierro 18 horas: Mamá”.
José
Roberto continuó parado, mirando al vacío. Ninguna lágrima, ningún dolor.
-¡Nada!
Era como
si hubiera muerto un extraño. “¿Por qué no sentía nada por la muerte del
viejo?”
Como un
torbellino de pensamientos confusos, avisó a la esposa, salió, abordó el
autobús y se fue venciendo los silenciosos kilómetros de ruta, mientras su
cabeza le giraba a mil.
En su
interior, no quería ir al funeral, y si estaba en camino era solo para que su
madre no estuviera más triste. Ella sabía que su padre y él, no se llevaban
bien.
La
relación con su padre había llegado al final el día que, después de una serie
de acusaciones, José Roberto había decidido irse de allí.
Guardó su ropa en las maletas y partió prometiendo nunca más poner los pies en aquella casa.
Todo había
sido ya solo, un empleo razonable, su casamiento, llamadas a la madre para
Navidad, Año Nuevo o Pascua...
Se había
desligado de la familia no pensaba en su padre y la última cosa en la vida
que deseaba era ser parecido a él.
En el
velorio: pocas personas.
La madre
pálida, helada, llorona.
Cuando
ella vio a su hijo, las lágrimas corrieron silenciosas.
Fue un abrazo de desesperado silencio.
Después
–el hijo– observó el cuerpo sereno de su padre, envuelto por una manta de
rosas rojas, como las que al padre le gustaba cultivar.
José
Roberto no vertió una sola lágrima, su corazón no se lo permitía.
Era como estar delante de un desconocido, un extraño, un...
Se quedó
en casa con la madre hasta la noche, la besó y le prometió que volvería
trayendo a los nietos y a su esposa para que la conociera.
Ahora,
podría volver a casa, porque aquel que no lo amaba, no estaba más para darle
consejos inútiles, ni tampoco para criticarlo.
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En el momento de la despedida la madre le colocó
algo pequeño y rectangular en la mano:
“Hace mucho tiempo podrías haberlo recibido” –le
dijo–.
“Pero, desafortunadamente solo después que él se fue lo encontré entre sus cosas más importantes”.
“Pero, desafortunadamente solo después que él se fue lo encontré entre sus cosas más importantes”.
Fue un gesto mecánico, minutos después de comenzar
su viaje de regreso, metió la mano en el bolsillo y sintió el regalo.
La luz mortecina del autobús, le mostró un pequeño
cuaderno de tapa roja.
Lo abrió curioso.
Páginas amarillentas.
En la primera hoja, en la parte superior, reconoció
la caligrafía firme de su padre:
“¡Nació hoy José Roberto!
¡Casi cuatro kilos! - ¡Es mi primer hijo, un
muchachote!”
“¡Estoy orgulloso de ser el padre de aquel que será
mi continuación en la Tierra!".
A medida que hojeaba, devorando
cada anotación, sentía un dolor en la boca del estómago, una mezcla de
angustia y perplejidad, pues las imágenes del pasado resurgieron firmes y
atrevidas. ¡Como si acabaran de pasar!
"Hoy,
mi hijo fue a la escuela”.
¡Es un
hombrecito! - Cuando lo vi de uniforme, me emocioné. Y le deseé un futuro
lleno de sabiduría.
La vida de
él será diferente de la mía, ya que yo no pude estudiar por haber sido
obligado a ayudar a mi padre.
“Para mi
hijo deseo lo mejor”.- “No permitiré que la vida lo castigue"-.
Otra
página...
"Roberto
me pidió una bicicleta, mi salario no me alcanza, pero él se la merece,
porque es estudioso y dedicado”.
“Pedí un
préstamo que espero pagar con horas extras“.
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José Roberto se mordió
los labios. Recordaba su intolerancia y de las discusiones para tener la soñada
bicicleta.
¡Si todos los amigos ricos tenían una!
¿Por qué yo no puedo tener una?
¿Por qué yo no puedo tener una?
Continuó leyendo...
“Es duro para un padre castigar a un hijo, y sé que él me podrá odiar
por eso, pero debo educarlo para su propio bien”.
“Fue así como aprendí a ser un hombre honrado y esa es la única forma en
que sé educarlo”.
José Roberto cerró los ojos y recordó la escena cuando por causa de una
borrachera, hubiera ido a la cárcel aquella noche, si es que antes el padre no
hubiera aparecido para impedirle ir al baile con los amigos que tuvieron el
accidente.
Recordaba el auto retorcido y manchado de sangre, el cual se había estrellado contra un árbol.
Recordaba el auto retorcido y manchado de sangre, el cual se había estrellado contra un árbol.
Parecía oír las sirenas, el llanto de toda la ciudad, mientras
trasladaban tristemente cuatro ataúdes hacia el cementerio.
Las páginas se sucedían con cortas, y largas anotaciones, llenas de
respuestas que revelaban, en silencio y tristeza, que el padre lo había amado.
–El "viejo" escribía de madrugada.
Momento de soledad, en un grito de silencio, porque de esa manera era
el, nadie le había enseñado a llorar y a dividir sus dolores.
Ante el mundo se había comportado duro para que no lo juzgaran ni débil ni cobarde.
Y, ahora José Roberto estaba teniendo la prueba de que, debajo de aquella fachada de fortaleza había un corazón enorme, tierno y lleno de amor.
Ante el mundo se había comportado duro para que no lo juzgaran ni débil ni cobarde.
Y, ahora José Roberto estaba teniendo la prueba de que, debajo de aquella fachada de fortaleza había un corazón enorme, tierno y lleno de amor.
La última página...
Aquel del
día en que había partido:
"¿Dios,
que hice mal para mi hijo me odie tanto?”
“¿Por qué
soy considerado culpable, si no hice nada, sólo intentar transformarlo en un
hombre de bien?”
"Dios
mío, no permitas que esta injusticia me atormente para siempre”.
“Que un
día él pueda comprender y perdonarme por no haber sabido ser el padre que él
merecía tener”.
Después no
había más anotaciones y las hojas en blanco, daban la idea de que el padre
había muerto en ese momento.
José
Roberto cerró deprisa el cuaderno, el pecho le dolía. El corazón parecía
haber crecido tanto, que luchaba para escapar por la boca.
No vio al
autobús entrar en la terminal, se levantó desesperado y salió casi corriendo
porque necesitaba aire puro para respirar.
“La aurora
rompía el cielo y un día comenzaba”.
"¡Honren
a su padre para que los días de su vejez sean tranquilos!"
Alguna vez
había oído esa frase y jamás había reflexionado la profundidad que contenía.
En su
egocéntrica ceguera de adolescente, jamás había intentado pensar en verdades
más profundas.
Para él,
los padres eran descartables y sin valor como los papeles que son tirados a
la basura.
Aquellos
días de poca reflexión, todo era juventud, salud, belleza, música, color,
alegría, despreocupación, vanidad…
Ahora, el
tiempo lo había envejecido, fatigado y también vuelto padre, aquel falso
héroe.
De
repente...
En el
juego de la vida, él era el padre y posiblemente estaba cometiendo un error
que su padre no cometió.
¿Cómo no
había pensado en eso antes?
Seguramente por no tener tiempo, pues estaba muy ocupado con sus problemas, la lucha por la supervivencia, la sed de pasar fines de semana lejos de la ciudad, con ganas de profundizar en el silencio sin necesitar dialogar con sus hijos.
Jamás tuvo
la idea de comprar un cuaderno de tapa roja para anotar una frase sobre sus
herederos.
Jamás le
había pasado por la cabeza escribir que sentía orgullo de aquellos que
continúan su nombre.
¡Justamente
él, que se consideraba el padre más completo de la Tierra!
|
La vergüenza casi lo tiró con una lección de humildad.
Quiso gritar, procurando agarrar al viejo, a su padre, para sacudirlo y abrazarlo, decirle lo que siempre hubiera querido escuchar, abrazarlo, quererlo, besarlo, pero... solo encontró el vacío.
Quiso gritar, procurando agarrar al viejo, a su padre, para sacudirlo y abrazarlo, decirle lo que siempre hubiera querido escuchar, abrazarlo, quererlo, besarlo, pero... solo encontró el vacío.
Había una raquítica rosa roja en el jardín de su casa, cuando el sol
apenas había terminado de nacer.
Entonces, José Roberto acaricio los pétalos y recordó la mano de su
padre podando, y cuidando el rosal con amor.
¿Por qué nunca entendió todo esto antes?
Una lágrima le brotó como el rocío, entonces elevó sus ojos al cielo,
tratando de encontrar una respuesta.
Logró solamente esbozar una ligera sonrisa, desahogándose en una
confesión:
"¡Si Dios me mandara a elegir, juro que no quisiera haber tenido
otro padre que no fueras tú, viejo!”
“¡Gracias por tanto amor, y perdóname por haber sido tan ciego!"
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Dios Oye.
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