jueves, 21 de noviembre de 2013

MI DIOS ES DIGNO
Fuente: Faustino de Jesús Zamora Vargas
Congregación León de Judá
Los exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de ustedes, como un padre lo haría con sus propios hijos, para que anduvieran como es digno del Dios que los ha llamado a Su reino y a Su gloria. 1 Tesalonicenses 2:12
Grande es el SEÑOR, y digno de ser alabado en gran manera, y Su grandeza es inescrutable. Salmos 145:3
Desde la creación, Dios le imprimió al ser humano un sello de dignidad por una simple razón: fuimos hechos a su imagen y semejanza. La dignidad tiene que ver con la virtud, la moral, la integridad y el honor. Pablo nos recuerda "Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo" (Ro 8.29). Y el escritor de Hebreos remarca esta impresionante idea: El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. (He 1.3a). De manera que podemos afirmar sin equivocarnos que Dios nos dignificó con una dignidad natural al crearnos. El pecado entró a la humanidad, contaminó esa bendición y sólo en Cristo podemos restaurarla. Gracias a esa restauración, únicamente llegamos a ser dignos de la infinita misericordia de Dios y de su gracia por los méritos inescrutables de Cristo.
Aun así, Dios anhela que sus hijos sean íntegros, honorables, decorosos y ceñidos a una ética fundada en los cimientos de la salvación; dignos de su amor, de su gracia. Fuimos hechos para reflejar la imagen de Dios, para ser completados en Cristo, el alfarero que rediseña constantemente nuestro corazón hasta amoldarse al criterio de santidad que glorifique su nombre.
Nuestro Señor, creador y salvador, es el único digno de toda gloria, alabanza y honor. Grande es el Señor, y digno de ser alabado en gran manera, y Su grandeza es inescrutable (Sal 145.3). Sin embargo abundan también entre los cristianos, aquellos que buscan ser dignos de alabanza y caen en las turbulentas aguas del endiosamiento, enfermedad contagiosa que se propaga rápidamente si no se atiende con premura y sabiduría evitando así devastadores daños en la iglesia del Señor. Dios es digno, soberanamente, porque Él es Dios. El hombre es digno en tanto refleja a Dios en su moralidad e integridad. En Cristo tenemos el privilegio de buscar la santidad que nos hace verdaderamente dignos, porque sólo en Él la transformación de nuestra vida puede ser una realidad. Me atrevo a afirmar absolutamente -y que me perdonen los posmodernos- que sin una relación íntima y devocional con Cristo es impensable aspirar a una dignidad plausible de la manera en que Dios lo pensó.
Este era el pensamiento de Pablo cuando le escribió a los hermanos de Éfeso desde la prisión: "Yo, pues, prisionero del Señor, les ruego que ustedes vivan (anden) de una manera digna de la vocación con que han sido llamados" (Ef. 4.1). Este es un llamado grandioso porque hemos sido convocados por Él a vivir conforme a su voluntad manifestada en su Palabra y encarnada en el portador del mensaje celestial por excelencia: Jesucristo y su evangelio restaurador y reconciliador. También desde la prisión Pablo le exhortaba a los filipenses: "Solamente compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo, de modo que…pueda oír que ustedes están firmes en un mismo espíritu, luchando unánimes por la fe del evangelio" (Fil. 1.27).
De esa dignidad trata el evangelio. En la Declaración de Quito, Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización (Quito, Ecuador, 1992) se dice: “En Cristo, Dios está restaurando la dignidad humana, transformando las culturas y conduciendo su creación hacia la redención final.” Esto es una realidad, aunque la iglesia debe jugar un papel más comprometido en la defensa de la dignidad humana, del respeto y el derecho a la vida, y en contra de la violación de los derechos decretados por Dios para el ser humano; el de ser apreciado, respetado y distinguido por ser la corona de su creación.
El Señor es digno y merecedor de toda la honra, poder, alabanza. Cristo nos reviste de una dignidad nueva como hijos de Dios, nos alienta a presentar batalla en favor de nuestra santidad y de su evangelio, a ser dignos de una salvación inmensamente grande. Seamos dignos herederos de una condición que no merecíamos y que sólo su amor asombroso fue capaz de lograr.
Lectura sugerida: Salmo 100
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”


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