MI
DIOS ES INMUTABLE
Fuente: Faustino de Jesús Zamora Vargas
Congregación León de Judá
Jesucristo es el mismo ayer y
hoy y por los siglos. Hebreos 13:8
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Pero Tú, SEÑOR, permaneces para
siempre, y Tú nombre por todas las generaciones. Salmos
102:12
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Dios acrisola el
corazón del creyente con el fuego y la pasión de su amor a través de las
pruebas. Él nunca faltará a su palabra y sus promesas. Su palabra no pasará y
sus promesas se cumplirán. El cristiano de fe puede descansar en la seguridad
de que Dios nunca está al margen de la vida de sus hijos, no importan ni el
tiempo, ni las circunstancias. El hombre de Dios pervive, porque vive a pesar
del tiempo y de las dificultades. Desde la cruz tenemos la oportunidad de
avizorar nuestro destino eterno y vivir preparándonos para el reencuentro en el
día del Señor. Nuestra garantía es la inmutabilidad de Dios, la certeza de que
Jesús es el mismo de ayer y que sus misericordias nos alcanzan y permiten ver
su grandeza, su fidelidad, su eterno amor. “Con amor eterno te he amado”
(Jeremías 31:3). Su autoridad es plena.
Vivimos en una
constante zozobra por lo que traerá el mañana. En un mundo tan cambiante e
inseguro por el pecado del hombre y la inconsistencia de los que gobiernan (por
los cuales también debemos orar), el señor de las tinieblas interviene de vez
en cuando en territorio cristiano intentando arrebatarnos un pedacito del Reino
conquistado. La cultura de la incertidumbre y la duda ha pasado a formar parte
del prontuario y el recetario del diablo para las almas débiles, para los
cristianos decaídos. Pablo le decía a los colosenses: Toda la plenitud de la
divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, que es la cabeza de todo
poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud. (Col 2.10)
Esta es una gran
verdad. Cristo es la cabeza de todo poder y autoridad y esto incluye al diablo,
a las potestades, y ha sido así desde siempre. Él no cambia, no altera su
naturaleza, no se viste de camuflajes, no transige con el pecado, pero no deja
de anhelar el abrazo del pecador arrepentido. Él es siempre Dios. “Pero tú,
Señor, reinas eternamente; tu nombre perdura por todas las generaciones” (Sal
102.12). No debemos dudarlo un solo instante: Cristo reinará eternamente y esto
nos alienta a no dejarnos condenar por alguien que perdió la pelea “por no
presentación” en el Campeonato Celestial del Amor celebrado hace 2000 años en
el campo del Calvario. Así como la naturaleza y los atributos de Cristo son
inmutables y lo serán por los siglos de los siglos, nosotros, sin quererlo, le
hacemos juego a las mentiras de este mundo.
Su fidelidad,
misericordia, poder y santidad son inconmovibles. Conocer que Dios es inmutable
hace más fácil el camino, encauza las dudas hacia la seguridad del cristiano,
la cual trae paz espiritual, gozo del corazón y hace sentir como si a la fe le
crecieran alas. La inmutabilidad de Dios revela una perspectiva teológica
esperanzadora, una dimensión espiritual transformadora que nos refresca, que
nos lleva al reconocimiento del pecado delante de Dios, al arrepentimiento
sincero, sin temor a ninguna condenación. En Cristo, el Dios eterno que no
cambia, la condenación que nos correspondía por nuestras rebeldías, quedó
resuelta en la victoria de la cruz. ¡Pero debemos ser fieles!
El Señor siempre será
el mismo, es el Dios para todas las edades y las épocas, ¡Nada en Él se
corrompe! Él es el mismo y ha prometido estar con nosotros sin variar su
perspectiva de creador y sustentador de la corona de su creación. A través del
profeta Isaías la promesa de inmutabilidad del Señor nos alienta y hermosea
nuestra fe: “Aun en la vejez, cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los
sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré” (Is
46.4) –Subrayado del autor-
¿Por qué entonces
cambiamos nosotros? Si contamos con la autoridad de Cristo sobre toda potestad
y poder, si declaramos con frecuencia que estamos revestidos y limpios por su
sangre, ¿por qué andamos como si esto no fuera verdad? ¿Por qué fluctuamos y
dudamos si tenemos un Dios tan grande, que no cambia ni modificará sus
promesas? La inmutabilidad de Dios es también un aviso, un recordatorio
permanente de que Él es santo y que sus hijos deben imitarlo. El hecho de que
Él no cambia es también la oportunidad que tiene el hombre perdido para
acercarse definitivamente a Él y conocerlo a través de la fe. Y es también
bendición para los que vivimos por Él.
Lectura sugerida: Salmo 102
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Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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