QUÉ DEJARÁS TÚ
EN LA CRUZ 2
Publicado por: Edgardo
Tosoni
Extracto
del libro “Él Escogió los Clavos”
Por
Max Lucado
Devocionaldiario.org
Continuemos.
Debimos de haber descrito el momento en una forma
diferente. ¡Pregúntanos cómo debió Dios de haber redimido el mundo y te lo
diremos! Caballos blancos, espadas llameantes. El maligno aplastado. Dios sobre
su trono.
·
¿Pero Dios sobre una cruz?
·
¿Un Dios sobre una cruz con la boca abierta, los
ojos inflamados y sangrando?
·
¿Una esponja arrojada a su rostro?
·
¿Una espada clavada en su costado?
·
¿Dados lanzados a sus pies?
No. No habríamos
podido escribir el drama de la redención de esta manera. Pero,
de nuevo, nadie nos pidió hacerlo. Estos actores, principales y secundarios,
fueron reclutados en el cielo y ordenados por Dios. No se nos pidió a nosotros
fijar la hora. Pero sí se nos ha pedido que reaccionemos a ella. Para que la
cruz de Cristo sea la cruz de tu vida, tú y yo necesitamos llevar algo al
cerro.
Hemos visto lo que Jesús trajo. Con manos heridas
ofreció perdón. A través de su piel horadada prometió aceptación. Dio los pasos
para llevarnos de vuelta a casa. Vistió nuestra propia ropa para darnos la
suya. Hemos visto los regalos que trajo. Cabe preguntarnos ahora: ¿Qué
llevaremos nosotros?
No se nos pidió que pintáramos el letrero ni que
lleváramos los clavos. No se nos pidió que lo escupiéramos ni que
compartiéramos la corona. Pero se nos ha pedido que hagamos el camino y dejemos
algo en la cruz. Por supuesto, no tenemos que hacerlo. Muchos no lo hacen.
Muchos han hecho lo que nosotros hemos hecho. Más decididos que nosotros han
leído acerca de la cruz; mejor dispuestos que yo, han escrito acerca de la
cruz. Muchos se han preguntado qué dejó Jesús; pocos se han preguntado qué
debemos dejar nosotros.
¿Quieres que te sugiera algo que podrías dejar en
la cruz? Puedes observar la cruz y analizarla. Puedes leer sobre ella e incluso
orar por ella. Pero mientras no dejes algo allí, no habrás abrazado la cruz.
Has visto lo que Jesús dejó. ¿No querrías tú dejar
algo también? ¿Por qué no comienzas con tus malos momentos?
¿Aquellos malos
hábitos? Déjalos en la cruz. ¿Tus egoísmos y las mentiritas blancas?
Entrégaselos a Dios. ¿Tus parrandas y tus intolerancias? Dios quiere que se lo
des todo. Cada caída, cada fracaso. Él quiere cada una de estas cosas. ¿Por
qué? Porque sabe que nosotros no podemos vivir con eso.
Crecí jugando fútbol en el terreno vacío junto a
nuestra casa. Muchas tardes de domingo las pasé tratando de imitar a Don
Meredith o a Bob Hayes o a Johnny Unitas. (No tenía que imitar a Joe Namath. La
mayoría de las muchachas decía que yo ya me parecía a él). Los campos en el
Oeste de Texas están llenos de un pasto que tiene unas espinas en forma de
estrellas pero que son muy dolorosas cuando se adhieren a la piel. Y como el
fútbol no se puede jugar sin caerse, imagínense cómo me iría a mí.
Más veces de las que puedo recordar caí sobre ese
pasto y se me pegaron tantas espinas que obligadamente tenía que salir en busca
de ayuda. Los niños no esperan que otros niños los ayuden a levantarse cuando
caen sobre ese pasto tan peligroso. Se necesita a alguien con habilidad para
hacerlo. Me iba rengueando para la casa donde mi papá me sacaba las espinas,
pacientemente, una por una. Yo no era muy brillante, pero esto sí lo sabía: Si
quería volver al juego, tenía que conseguir que alguien me quitara las espinas.
Cada falta en la vida es como una de aquellas
espinas. No se puede vivir sin caer, y no hay
caída sin daño. ¿Pero, sabes una cosa? No siempre somos tan sabios
como los jóvenes jugadores de fútbol. A veces tratamos de volver al juego sin
quitarnos las espinas. Esto ocurre, por ejemplo, cuando no queremos que nadie
sepa que nos caímos y actuamos como si no tuviéramos ninguna molestia. Como consecuencia, vivimos con dolor. No
podemos caminar bien, dormir ni descansar bien. Y nos ponemos insoportables.
(CONTINÚA…)
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