QUÉ DEJARÁS TÚ
EN LA CRUZ 1
Publicado por: Edgardo
Tosoni
Extracto
del libro “Él Escogió los Clavos”
Por
Max Lucado
Devocionaldiario.org
Pasajes Claves: Confía
en el Señor con todo tu corazón y no te fíes de tu propio entendimiento:
reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus calzadas (Proverbios
3.5-6).
Echa toda tu ansiedad sobre él porque él tiene
cuidado de ti (1º Pedro 5.7)
Ahora, el cerro se ha aquietado. No en calma, pero
aquietado. Por primera vez en todo el día no se escucha un ruido. Los gritos
empezaron a ceder cuando la oscuridad, esa sorprendente oscuridad del mediodía,
cayó sobre la tierra. Como el agua que apaga el fuego, las sombras apagaron la
irrisión. No más burlas. No más bromas. No más bufonadas. Y, poco a poco, no
más mofas. Uno a uno los espectadores empezaron a descender.
Es decir, todos los espectadores menos tú y yo.
Nosotros no nos fuimos. Vinimos a aprender. Por eso permanecimos en la
semioscuridad y escuchamos. Oímos a los soldados maldiciendo, a los que pasaban
haciendo preguntas y a las mujeres llorando. Pero más que nada, oímos al trío
de moribundos quejándose. Quejidos broncos, guturales, pidiendo agua. Se
quejaban con cada movimiento de cabeza o con cada cambio de posición de las
piernas. Pero a medida que los minutos se fueron convirtiendo en horas, los
quejidos fueron disminuyendo. Parecía que los tres habían muerto. De no ser por
su respirar entrecortado, cualquiera hubiera pensado que en efecto ya no
vivían.
Y entonces, Él gritó. Como si alguien lo hubiera
halado del pelo, la parte posterior de su cabeza dio contra el letrero que
tenía escrito su nombre, y gritó. Como un cuchillo corta la cortina, su grito
cortó la oscuridad. Estirado tanto como se lo permitían los clavos, gritó como
cuando alguien llama a sus amigos que se han ido: « ¡Eloi!». Su voz sonaba
áspera, chirriante. La llama de una antorcha danzaba en sus ojos que
permanecían abiertos. « ¡Dios mío!». Haciendo caso omiso de la corriente de
dolor que cual volcán en erupción surgía de él, se estiró hacia arriba hasta
que sus hombros estuvieron a mayor altura que sus manos clavadas. « ¿Por qué me
has abandonado?»
Los soldados miraron con asombro. Las mujeres
dejaron de lamentarse. Uno de los fariseos dijo, sarcásticamente: « ¡Está
llamando a Elías!»
Nadie se rio.
Había hecho una pregunta a los cielos, y era de
esperar que el cielo le diera una respuesta. Y aparentemente se la dio. Porque
la expresión de Jesús se suavizó. Y la tarde cayó mientras él decía las que
habrían de ser sus últimas palabras: «Todo ha terminado. Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu».
Y al exhalar su suspiro final, la tierra se sacudió
violentamente. Una roca se desprendió y empezó a rodar mientras un soldado
tropezaba. Luego, tan repentinamente como el silencio fue roto, se restableció.
Y ahora todo está quieto. Las burlas han cesado.
Nadie se mofa. Los soldados están atareados limpiando los vestigios de muerte.
Han venido dos hombres. Bien vestidos y de modales finos, se les entrega el
cuerpo de Jesús.
Y nosotros nos quedamos con los residuos de su
muerte.
·
Tres clavos en un arca.
·
Tres cruces que se perfilan contra las sombras.
·
Una corona entretejida con manchas rojas.
Grotesco, ¿no? ¿Qué esta sangre no sea sangre de
hombre sino de Dios?
Ridículo, ¿verdad? ¿Que con esos clavos hayan
colgado tus pecados en una cruz?
Absurdo, ¿no te parece? ¿Que la oración de un
canalla haya obtenido respuesta? ¿O más absurdo qué otro delincuente no haya
querido orar?
Chifladuras e ironías. El cerro del Calvario es,
precisamente, esas dos cosas.
(CONTINÚA…)
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