YO TE HE
REDIMIDO Y TE GUARDARÉ 2
Fuente: Edgardo Tosoni
Extracto
del libro “Él Escogió los Clavos” Por
Max Lucado
Devocionaldiario.org
Continuemos.
La Obra de Dios Por Nosotros.
Escucha este versículo: «Pero uno de los soldados
clavó su lanza en el costado de Jesús, e inmediatamente brotó de la herida
sangre y agua» (Juan 19.34). Aun un lector descuidado de la Escritura notaría
la conexión entre sangre y misericordia. Podemos ir atrás hasta un hijo de Adán
y veremos que los adoradores sabían que «sin derramamiento de sangre no hay
perdón» (Hebreos 9.22).
¿Cómo conoció Abel esta verdad? Nadie lo sabe, pero
de alguna manera supo que tenía que ofrecer más que oraciones y cosechas. Él supo
ofrecer una vida. Supo derramar más que su corazón y sus deseos; supo derramar
su sangre. Con un campo por templo y el suelo por altar, Abel llegó a ser el
primero en hacer lo que millones habrían de imitar. Ofreció un sacrificio de
sangre por sus pecados.
Los que siguieron forman una larga lista: Abraham,
Moisés, Gedeón, Sansón, Saúl, David… todos los cuales sabían que la sangre
derramada era necesaria para el perdón de los pecados. Jacob también lo sabía;
por lo tanto, juntó piedras para el altar. Salomón lo supo, y construyó el
templo. Aarón lo supo, y comenzó con él el sacerdocio. Pero la línea termina en la cruz. Lo
que Abel trataba de conseguir en el campo, Dios lo logró con su Hijo. Lo que
Abel comenzó, Cristo lo completó. Con su sacrificio se pondría fin al sistema
de sacrificios porque «él vino como Sumo Sacerdote de este sistema mejor que
tenemos ahora» (Hebreos 9.11).
Después del sacrificio de Cristo no
habría más necesidad de derramar sangre. Él «una vez y para siempre llevó la sangre al
cuarto interior, el Lugar Santísimo, y la esparció sobre el asiento de
misericordia; pero no fue la sangre de chivos ni de becerros. No, sino que tomó
su propia sangre, y por ella él mismo nos aseguró salvación eterna» (Hebreos
9.12).
El Hijo de Dios llegó a ser el Cordero de Dios, la
cruz fue el altar, y nosotros fuimos «hechos santos a través del sacrificio de
Cristo hecho en su cuerpo una vez y para siempre» (Hebreos 10.10). Se pagó lo que necesitaba pagarse. Se
hizo lo que había que hacer. Se exigía sangre inocente. Se ofreció sangre
inocente, una vez y para siempre. Grábate profundo en tu corazón estas cinco
palabras. Una vez y para siempre.
Al riesgo de parecerme a una maestra de la escuela
elemental, permíteme hacer una pregunta elemental. Si el sacrificio se ha
ofrecido una vez y para siempre, ¿necesita ofrecerse de nuevo? Por supuesto que
no. Estás santificado posicionalmente. Así como los logros de mi equipo me
fueron acreditados a mí, lo alcanzado por la sangre de Jesús nos es acreditado
a nosotros.
Y así como mis habilidades mejoraron a través de la
influencia de un maestro, tu vida podrá mejorar mientras más y más cerca
camines de Jesús. La obra por nosotros está hecha, pero la obra progresiva en
nosotros se mantiene. Si su obra para nosotros se ve en la sangre, ¿qué podría
representar el agua? Su obra en nosotros.
¿Recuerdas las palabras de Jesús a la mujer
samaritana? «El agua que yo te daré será una fuente de agua que brotará dentro
de la persona, dándole vida eterna» (Juan 4.14). Jesús ofrece, no un trago de
agua excepcional, sino un pozo artesiano perpetuo. Y el pozo no es un hueco en
el patio sino que es el Espíritu Santo de Dios en nuestro corazón.
«Si alguno cree en mí, ríos de agua viva fluirán
del corazón de esa persona, como dice la Escritura». Jesús estaba hablando del
Espíritu Santo. El Espíritu todavía no había venido porque Jesús aún no había
sido ascendido a la gloria. Pero más tarde, los que creyeron en Jesús
recibirían el Espíritu (Juan 7.38–39).
En este versículo, el agua representa
al Espíritu de Jesús actuando en nosotros. No está trabajando para nuestra salvación;
ese trabajo ya está hecho. Está trabajando para cambiarnos. Así se refiere
Pablo a este proceso: Hagan lo bueno que resulta de ser salvo, obedeciendo a
Dios con profunda reverencia, retrayéndose de todo lo que pudiera desagradarle.
Porque Dios está trabajando dentro de ti, ayudándote a querer obedecerle y
luego ayudándote a hacer lo que él quiere que hagas (Filipenses 2.12–13).
(CONTINÚA…)
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Centro Cristiano “Cristo
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