CUANDO DIOS SUSPIRÓ
Fuente: Predicaciones
y Sermones de Max Lucado
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Hace
dos días leí una palabra en la Biblia que se ha instalado en mi corazón desde
entonces. Para ser sincero, diré que no sabía bien qué pensar de ella.
Es sólo una palabra, y en sí no es
complicada. Cuando tropecé con esta palabra (Dicho sea de paso que eso es
exactamente lo que sucedió: yo leía apresuradamente el pasaje cuando esta
palabra apareció imprevistamente y me golpeó como un obstáculo en mi carrera),
no sabía cómo tomarla. No tenía un gancho donde colgarla ni un rubro donde
catalogarla.
Es una palabra enigmática en un pasaje enigmático.
Pero ahora, pasadas cuarenta y ocho horas, le he encontrado ubicación; un lugar
que es apropiado. Vaya, ¡qué palabra! No la lea a menos que no le moleste tener
que cambiar de idea, porque esta palabrita podría desacomodar un poquito su
mobiliario espiritual.
LEA EL
PASAJE CONMIGO.
Luego salió Jesús de la región de Tiro y se dirigió
por Sidón al mar de Galilea y a la región de Decápolis. Allí le llevaron un
hombre que era sordo y hablaba con dificultad, y le suplicaron que pusiera la
mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la multitud, e introdujo
los dedos en las orejas del sordo.
Luego escupió y le tocó la lengua. Miró al cielo y,
suspirando profundamente, le dijo: “¡Efata!” (Que significa: “¡Ábrete!”). Con
esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le desató la lengua y comenzó a
hablar bien. (Marcos 7:31-35)
QUÉ
PASAJE, ¿VERDAD?
A Jesús se le presente un hombre que es sordo y tiene
un impedimento en el habla. Podría ser que tartamudeara. Podría ser que
ceceara. Podía ser que, a causa de su sordera, nuca haya aprendido a articular
correctamente las palabras.
Jesús, negándose a sacar ventajas particulares de
la situación, llevó al hombre aparte. Lo miró a la cara. Sabiendo que sería
inútil hablar, le explicó mediante gestos qué estaba por hacer. Escupió y tocó
la lengua del hombre explicándole qué, fuere, lo que entorpecía su habla estaba
a punto de ser desalojado. Tocó sus oídos. Por primera vez estos estaban a
punto de oír.
Pero antes de que el hombre haya dicho una palabra
o haya oído un sonido, Jesús hizo algo que yo nunca hubiera imaginado.
SUSPIRÓ.
Lo que yo podría haber previsto sería un aplauso o
una canción o una oración. También un “¡aleluya!” o una breve enseñanza podrían
haber sido oportunos. Pero el Hijo de Dios no hizo ninguna de estas cosas. En
lugar de eso hizo una pausa, alzó la vista al cielo, y suspiró. De las
profundidades de su ser fluyó un torrente de emoción que decían más que las
palabras.
SUSPIRO. Esa
palabra me pareció fuera de lugar.
Nunca me había imaginado a Dios como capaz de
suspirar. Yo podía figurarme a Dios como un ser que imparte órdenes. Podía
figurarme a Dios como un ser que llora. Podía figurarme a Dios llamando a los
muertos ordenándoles que salgan de la tumba, o creando el universo con una
palabra, pero… ¿Dios suspirando?
Tal vez esta frase capturó mi atención porque yo
cumplo con mi cuota diaria de suspiros.
Suspiré ayer cuando visité a una señora cuyo marido
inválido había desmejorado tanto que no me reconoció. Creyó que yo quería
venderle algún producto.
Suspiré cuando la niña de seis años en el almacén,
con cara sucia y abrigo insuficiente, me pidió cambio.
Y suspiré hoy al escuchar a un marido que me
contaba que su esposa no quiere perdonarlo.
Sin
duda usted ha cumplido con su cuota de suspiros.
Si tiene hijos adolescentes, probablemente ha suspirado. Si ha tratado de resistir una tentación, probablemente ha suspirado. Si han puesto en tela de juicio sus motivos o si han rechazado sus mejores demostraciones de amor, se vio en la necesidad de tomar una profunda bocanada de aire y dejar escapar un doliente suspiro.
Si tiene hijos adolescentes, probablemente ha suspirado. Si ha tratado de resistir una tentación, probablemente ha suspirado. Si han puesto en tela de juicio sus motivos o si han rechazado sus mejores demostraciones de amor, se vio en la necesidad de tomar una profunda bocanada de aire y dejar escapar un doliente suspiro.
Soy consciente de que existe un suspiro de alivio,
un suspiro de ansiosa espera, y también un suspiro de gozo. Pero ninguno de
esos es el suspiro presentado en Marcos 7.
El suspiro en cuestión es una combinación híbrida
de frustración y tristeza.
Se ubica en un punto entre un arranque de enojo y un estallido de llanto.
Se ubica en un punto entre un arranque de enojo y un estallido de llanto.
El Apóstol Pablo habló de esta clase de suspiro.
Dos veces declaró que los cristianos suspiramos mientras estamos en la tierra
anhelando el cielo. La creación lanza suspiros como si estuviera de parto.
Aun el Espíritu suspira interpretando nuestras oraciones. (2 Co. 5: 2-4)(Ro. 8:22-27)
Todos estos suspiros provienen de la misma
angustia: El reconocimiento de un dolor que no esperábamos o de una esperanza
que se demora.
El hombre no fue creado para estar separado de su
creador, por tanto suspira añorando su hogar.
La creación nunca debió ser habitada por el mal,
por tanto suspira echando de menos aquel Huerto. Y las conversaciones con Dios
no debían depender de un traductor según el plan original, por tanto el
Espíritu gime a favor de nosotros, esperando el día en que los seres humanos
vean a Dios cara a cara.
Y cuando Jesús miró a la víctima de Satanás a los
ojos, la única cosa apropiada para hacer era suspirar. El suspiro significaba:
“NUNCA SE PLANEO DE ESTA MANERA”. “Tus oídos no fueron creados para ser sordos,
tu lengua no fue creada para tropezar.” El desequilibrio de todo el sistema
provocó el lánguido gemido del Maestro.
Así encontré un lugar para esta palabra. Puede
parecerle extraño a usted, pero la coloque al lado de la palabra CONSUELO,
porque de un modo indirecto, el dolor de Dios es nuestro consuelo.
Y en la agonía de Jesús descansa nuestra esperanza.
Si él no hubiera suspirado, si él no hubiera sentido el peso de aquello que no
obedecía al propósito original, estaríamos en una condición lamentable. Si él
lo hubiera anotado todo en el registro de lo inevitable o se hubiera lavado las
manos de todo este hediondo revoltijo, ¿qué esperanza tendríamos?
Pero no hizo eso. Ese santo suspiro nos confirma
que Dios todavía gime por su pueblo. Gime anhelando el día en que cesen todos
los suspiros, en que se concrete lo que se había propuesto.
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo
es la Puerta”
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