EL PERDÓN
Fuente:
Samuel Clark
Losnavegantes.net
Queridos
amigos del Camino:
Uno de
los pecados que es más fácil cometer y por ende es más peligroso y que puede
arruinar nuestra comunión con Dios es… la falta de perdón (también llamado
resentimiento y rencor). Es tan común entre cristianos que el Apóstol Pablo lo
menciona en varias cartas como un impedimento grande en nuestra madurez y transformación
en a la semejanza de Jesús.
“Sed
más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
así como también Dios os perdonó en Cristo.” - Ef. 4:32
“soportándoos
unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro;
como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” - Col. 3.13
Tal
vez estos pasajes son los más desobedecidos en las vidas de los cristianos y la
causa de tan poco fruto, gozo, comunión edificante y testimonio efectivo.
¿Cómo
podemos saber si somos culpables de este pecado? Cuando no dejamos pasar
oportunidades para contar (y recontar) lo que alguien nos hizo. Cuando tenemos
que probar que nuestra falta de carácter cristiano se debe a lo que otros nos
hicieron. Cuando contamos las cosas de años atrás como si fuera ayer. Cuando no
queremos estar con otros porque recordamos lo que nos dijeron o nos hicieron
alguna vez. Cuando no podemos orar por ellos y pedir las bendiciones del Cielo
en sus vidas. En fin, cuando todavía existe un estorbo en nuestra comunión con
cualquiera con quien hemos tenido un problema.
Yo no
encuentro ningún lugar en la Biblia donde nos dice que es legítimo guardar
rencor porque el otro estaba haciendo lo malo, ni porque no ha venido a humillarse
y pedir perdón, ni porque sigue haciendo el mal. Lo que yo encuentro en la
Biblia es que no debemos permitir que nadie nos quite el gozo de nuestra
comunión con Dios, y esto lo perdemos si no perdonamos a los que nos ofenden.
Yo encuentro el discipulado radical del Sermón del Monte que exige arreglar
cualquier problema (Mateo 5:23-26) y amar, bendecir, hacer el bien y orar por
los que nos ofenden (Mateo 5:44-48 y Lucas 6:27-36). Pablo repasa estos deberes
en Romanos 12, especialmente en los vs. 17-21:
“Nunca
paguéis a nadie mal por mal. Respetad lo bueno delante de todos los hombres. Si
es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres.
Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios,
porque escrito está: MÍA ES LA VENGANZA, YO PAGARE, dice el Señor. PERO SI TU
ENEMIGO TIENE HAMBRE, DALE DE COMER; Y SI TIENE SED, DALE DE BEBER, PORQUE
HACIENDO ESTO, CARBONES ENCENDIDOS AMONTONARAS SOBRE SU CABEZA. No seas vencido
por el mal, sino vence con el bien el mal.”
¿Por
qué es tan difícil obedecer en esta área de nuestra vida? ¿No será por el
orgullo tan inmenso que no está crucificado con Cristo? El orgullo toma
cualquier ofensa tan personal que la reacción carnal se convierte en
expresiones o actos agresivos que no son del Espíritu. El primer pecado de una
cadena es cuando nos enojamos con alguien por una ofensa y no lo perdonamos.
Luego pasa tiempo. El sol se puso y no lo hemos arreglado y seguimos enojados.
Crece el enojo a indignación. Cuando pasa más tiempo sin perdonar la ofensa,
luego se convierte en resentimientos. Con el paso de más tiempo se convierte en
rencor o deseo de venganza. Ya no se aguanta la presencia de la persona que nos
ofendió. Por esto, amigos, la falta del perdón es el mayor pecado. La ofensa
sucedió una vez pero la falta del perdón se repite cada vez que recordamos y no
hacemos lo que Dios manda. Por días, semanas, aún años de rebelión contra el
mandamiento de Cristo. Por esto las consecuencias son tan serias que roban la
salud del alma como la del cuerpo de las bendiciones divinas. Cuántos de los
que viven así terminan yendo a sicólogos o siquiatras para recibir esa
sicología "Pop" que sólo fortifica el mal: "Todo tu problema es
por lo que te hicieron." No, amigos, nuestro problema es por LO QUE NO
HICIMOS NOSOTROS, que viene siendo lo que hicimos mal, o sea, el pecado de no
obedecer a Dios.
Peor
es si la persona que nos ofendió ha obedecido a Dios y ha buscado una
reconciliación mediante la confesión humilde y no le hemos perdonado como Dios
nos ha perdonado. Hay muchos que caen en este pecado del dicho “Te perdono pero
nunca lo voy a olvidar”, (es a saber, siempre va a recordar esa ofensa). Si
perdonamos como Dios nos ha perdonado tenemos que “NO RECORDAR” esa ofensa
contra la persona. La evidencia de esto es nunca mencionarla a esa persona y
mucho menos a otra persona. Es también rechazar cualquier tentación de
recordarla de nuestra mente.
Oí una
anécdota que ilustra esta gran verdad. Un joven buscaba consejo de un cristiano
maduro sobre la culpabilidad que sentía por viejos pecados que él “confesaba”
muchas veces pero nunca se sentía libre de ellos. El amigo maduro le dijo,
“¿Sabes lo que Dios te diría, amigo?” El joven admitió que no sabía y el otro
le contestó, “¿Cuál pecado?” Basados en I Juan 1:7-2:2 y Hebreos 10:16, ¿qué
otra respuesta podría haber? Así hemos de perdonar y nunca recordarlo más
contra aquel a quien hemos perdonado.
Es
posible que algunos han dejado un lugar para Satanás en sus almas (Ef. 4:27)
por este pecado. Hay un “espíritu de amargura” que busca lugar en corazones que
guardan resentimiento, rencor, ira contra alguien que les ofendió. Este se
manifiesta en una amargura que estorba y contamina a otros (He. 12:14,15) donde
no hay paz entre hermanos. Las personas más amargas e irascibles que he
conocido son las que no han perdonado a alguien que les ha ofendido años atrás.
Su amargura creció porque no tomaron la decisión de perdonar aquella falta.
Ahora
bien, necesitamos aclarar el proceso del perdón porque muchos están
confundiéndolo con una reconciliación perfecta y una restauración completa de
aquella amistad. Qué bueno sería que fuera así cada vez que hay un problema con
otros, especialmente con los hermanos en la fe con quienes estamos en contacto.
Pero nuestro perdón es una decisión que no depende de ninguna otra persona ni
situación para lograr una liberación del pecado de no perdonar. Lo ideal sería
que el ofendido y el que ofendió se encontraran a medio camino buscando uno y
otro una reconciliación mediante la confesión humilde y el perdón sincero. Pero
no vivimos en un mundo ideal ni en una familia espiritual perfecta.
A
veces la otra persona no coopera, especialmente si no es cristiana. A veces
viven lejos o hemos perdido contacto con ellos. A veces, inclusive, han muerto…
pero el dolor del pecado no perdonado estorba nuestra paz. A veces son personas
que fácilmente “confiesan” y piden perdón y olvidan el asunto (y probablemente
vuelvan a incurrir en la misma ofensa más tarde, y repiten el proceso). Todos estos
casos hacen más difícil o imposibilitan una verdadera reconciliación o arreglo.
Pero
amigos, esto no importa. Tenemos que perdonarles para ser libres del pecado de
no perdonar y sus nefastos frutos pecaminosos. Nosotros podemos perdonarles
aunque no respondan ellos por cualquier razón. Si no fuera así, Dios no lo
mandaría tan enérgicamente. Siempre nos toca perdonar, con o sin la cooperación
del otro.
Si
alguien no puede por alguna razón hablar cara a cara (lo preferible) o por
teléfono (el correo electrónico es la menos apta de todas las formas por ser
tan fría), entonces escriba una confesión del pecado suyo de no perdonar, de
resentir, de no amar, etc., y declare en una afirmación positiva: “Yo {nombre}
perdono a {nombre} por haberme ofendido.” Enseñe esta confesión y declaración a
algún amigo con quien puede ser transparente y oren juntos por una liberación
divina de esa amargura que se ha enraizado en su corazón. Sería bueno seguir
orando frecuentemente con aquel amigo para asegurarse que no vuelva. Oh, que
todos fuéramos libres de este pecado y sus consecuencias.
Yo sé
que he escrito algo sobre este problema antes, pero es mi deber a veces
escribir “las mismas cosas” para recordarnos de la seriedad de cualquier falta
de obediencia que pueda estar arruinando nuestras vidas, haciéndonos pámpanos
estériles y peligrando nuestro futuro. Así que, les pido que tomen estas
palabras como una exhortación a la santidad que Dios busca y manda, “Sed
santos, porque Yo soy santo” (I Pedro 1:16).
Recibe una Bendición y un Saludo de Tú Amigo
Dios Oye.
Centro Cristiano “Cristo es la Puerta”
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